CULTURA DE LA IMPUNIDAD

https://www.elvalleinformativo.com/2015/11/cultura-de-la-impunidad.html
Por Roberto Rosado
Tomar lo que no es suyo es
ya un fenómeno común en nuestra sociedad y en nuestra historia. Esta actitud la legalizaron los Españoles a su
llegada al Continente en 1492 cuando se declararon dueños de unos territorios
que ninguno de sus habitantes le regaló,
le arrendó o le vendió. Fue tan grande la estafa que a Guanhani le cambiaron su
nombre original por el de San Salvador, a Cuba por el de Juana, esposa del rey
Felipe, el hermoso y, a la Isla de Haití, hoy República Dominicana y República
de Haití, le pusieron La Hispaniola. Con que derecho…?
Los Piratas Corsarios, en
la segunda mitad del siglo XVI, vinieron a la Isla, en labor de saqueo,
llevando en sus embarcaciones la identificación principalmente de Francia,
denotando con ello que el saqueo era
iniciativa de ellos y sus aliados y que el robo tiene un componente Estatal.
Las Devastaciones de 1605 y
1606, allanaron el camino para que Francia ocupara parte del territorio
desocupado, hoy Haití, e impusiera su modelo esclavista de producción haciendo
más difícil la vida de sus habitantes originales y los traídos por ellos.
Esto significa mucho. El
poder Feudal se impuso por la fuerza despojando a sus habitantes hasta del derecho a la vida sometiéndolos a una
espantosa esclavitud y a las formas más atroces de maltratos físicos y emocionales.
La cultura de la imposición que iniciaron los
españoles y siguieron los Franceses, ha
seguido intacta solo cambiando la manera de hacerlo y, apropiarse de lo que no
es suyo se ha convertido en actividad del diario vivir.
Las leyes creadas para
perseguir a los que se apropian de los recursos asignados a las instituciones del Estado, parecen no
existir y los mecanismos creados para su aplicación parecen no conocerlas.
Esta circunstancia declara
a un reconocido delinquidor como inocente y a un trabajador asiduo, reconocido
por todo el pueblo por su trabajo, como culpable. La justicia no se da por
enterada. Solo se le aplica a los
débiles que no tienen dolientes ni padrinos.
Así las cosas quien
delinque es el honorable y puede exhibir sus riquezas hasta con ironía, ocupar
los puestos públicos con altanería, decidir con su influencia lo que se debe
hacer en cada circunstancia, no pagar impuestos, cruzar la luz roja de los
semáforos, romper los letreros que los condenan o rechazan su accionar, no
pagar los servicios públicos, andar sin placa o usar una oficial, exhibir armas
de todo calibre, instalar su propia línea telefónica tomada de los vecinos,
depredar el bosque, secar los ríos, entre otras tantas barbaridades bajo la
mirada indiferente de los que tienen la obligación, de acuerdo con la
constitución y las leyes, de someterle a la obediencia y hacer que pague por el
problema que le causa a la sociedad.
Los medios informativos,
radiales y escritos, recogen en sus páginas estos comportamientos, los dan a
conocer cada día sin que se observe ninguna iniciativa institucional y estatal
para que este mal se corrija.
La inseguridad se ha
apoderado de una gran parte de la población. El temor a perder lo conseguido
por el trabajo hace que la gente se ausente de las actividades cotidianas
dejando los lugares públicos, ya sea de esparcimiento o cultural, con las sillas vacías.
La sociedad se le ha dejado
a los nuevos portentosos que cobijados en su fortuna y la imposibilidad de que
se le aplique justicia, asumen el control de todo cuanto se realiza en las
comunidades por apartada que esta sea.
Esta situación solo es
posible revertirla uniendo voluntades para crear un escenario distinto al que
vivimos hoy en donde las leyes se le aplique a todo quien la violente sin
importar apellido, nivel económico, raza o religión y las instancias que
dirigen el Estado desempeñen el rol para el cual fueron creadas y sus
incumbentes asuman el puesto no como patrimonio personal sino para servir a la
sociedad específicamente el radio de acción de su mandato o dominio.
Así planteado y concebido,
el Estado, las instituciones gubernamentales, las organizaciones políticas,
económicas, sociales, culturales y religiosas
deberán unirse en el propósito de
crear una nación digna donde todos podamos disfrutar lo que trabajamos sin el
temor de perderlo por la cada vez más creciente inseguridad e impunidad.
Roberto Rosado Fernández
Profesor UASD, San Juan de
la Maguana
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