Obispos expresan preocupación por inseguridad, criminalidad y la corrupción
https://www.elvalleinformativo.com/2016/01/obispos-expresan-preocupacion-por.html
Santo Domingo……La
Conferencia del Episcopado Dominicano (CED) expresa preocupación por la inseguridad ciudadana, la criminalidad y
la corrupción administrativa y en la justicia, y el aumento de la desigualdad
social.
En primera Carta Pastoral con motivo del día 21
de enero, Día de la Virgen de la
Altagracia, El Episcopado deplora que la
corrupción priva a la población de recursos económicos que deberían ser
destinados para satisfacer sus necesidades básicas como educación, vivienda,
alimentación, salud, seguridad, justicia, salarios dignos.
“Otro gesto de
inmisericordia, que va en detrimento del desarrollo, es el cobro de “peajes” a
los inversionistas, que en vez de estimulárseles se les ahuyenta. La corrupción
crea una escandalosa situación de inequidad y desigualdad social, ensanchando
la brecha entre personas que se han hecho ricos como por arte de magia, sin
otra justificación que haber pasado por el tren administrativo público y una
gran mayoría de personas honestas que apenas logran sobrevivir con el esfuerzo
de toda una vida de trabajo” expresó.
La Iglesia ve con
preocupación el alto nivel de violencia que ha ido permeando todas las esferas
sociales del país, desde la familia con los feminicidios, hasta los secuestros
y el sicariato; al llegar a segarle la
vida de un ser humano por un simple celular, “hasta tener que soportar la
vergüenza de presenciar la implicación en no pocos hechos delictivos de
miembros de las mismas instituciones encargadas de garantizar el orden público
y combatir la violencia, así como de la seguridad ciudadana y nacional”.
Los obispos dicen que las
víctimas de la violencia, de la
inseguridad ciudadana y la criminalidad claman misericordia.
Otro aspecto que deploran
es las falsas promesas que hacen los políticos a la población votante, a
propósito de que en marzo de este año se realizarán las elecciones generales,
donde se preguntan cuáles serán los aportes de los candidatos.
“ Los candidatos en sus
discursos de campaña hablan habitualmente de cercanía, de escuchar los reclamos
del pueblo, de tener en cuenta las necesidades de los pobres, ser su “voz” en
las entidades públicas que ocupen. Sin embargo, percibimos la devaluación de la
credibilidad en el ejercicio de la política. La gente percibe que la política
es un negocio de fácil enriquecimiento para unos pocos que logran escalar a
puestos dirigenciales en el tren gubernamental, y no un ejercicio de servicio a
la sociedad y al bien común. Los engañados por falsas promesas electorales
claman misericordia” expresan.
Los obispos, en su primera
Carta Pastoral del año, expresan preocupación por la violación del sagrado
derecho a la vida desde sus inicios y deploran la depredación del medio
ambiente.
A continuación texto íntegro de la Carta
Pastoral.
Conferencia del Episcopado
Dominicano
CARTA PASTORAL
21 enero 2016
«SEAN MISERICORDIOSOS COMO SU PADRE ES
MISERICORDIOSO»
(Lc 6,36)
Introducción
Muy queridos hermanos y
hermanas en el Señor, nos dirigimos a ustedes sintonizando con el sentir de la
Iglesia en el marco del año dedicado a la Misericordia por el Papa Francisco.
El actual Pontífice nos presenta este año jubilar con las siguientes palabras:
“Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener
una mirada fija en la misericordia para poder ser nosotros mismos signo eficaz
del obrar del Padre. Es por eso que he anunciado un Jubileo Extraordinario de
la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia para que haga más fuerte y
eficaz el testimonio de los creyentes”.
Esta Carta pastoral tiene
como finalidad llevarles nuestro aliento y cercanía de pastores a todos
aquellos hermanos que se sienten abandonados, rechazados, faltos de atención y
acogida en nuestra sociedad dominicana. Dirigimos este mensaje a todas las
personas de buena voluntad para hacerles la misma invitación que hiciera Jesús
a sus discípulos en el Sermón del Monte: “Sean misericordiosos como su Padre es
misericordioso” (Lc 6,36).
Invitamos a todos a dar una
mirada a la realidad que nos circunda bajo la óptica de la misericordia de Dios
y responder a los males que la “desfiguran” con la aplicación de la “medicina”
del amor compasivo y misericordioso del Padre.
2. ¿Qué entiende la Biblia
por misericordia?
Las Sagradas Escrituras nos
presentan la misericordia como uno de los atributos esenciales con que Dios más
ha favorecido a su pueblo a lo largo de la historia salvífica. De hecho Dios se
revela a Moisés como un “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, rico
amor y fidelidad” (Ex 34,6). La actitud de Dios-Padre ante la infidelidad del
pueblo de Israel a su alianza es ser paciente y compasivo, perdonándolo y
acogiéndolo con infinito amor y ternura, dándole la oportunidad de convertirse
y regenerarse de sus faltas.
El término misericordia
viene de dos palabras latinas miserere que significa pobre y cor-cordis que
significa corazón. Una persona misericordiosa es aquella que tiene un corazón
sencillo y humilde que puede compadecerse de los demás.
El Antiguo Testamento usa
dos términos para hablar de misericordia: rehamîm que describe el apego de una
persona hacia otra, como el amor de entraña que siente una madre por su hijo
y hesed que significa firmeza,
fidelidad, decisión. La Biblia traduce estas dos palabras de diferentes formas
como: misericordia, amor, ternura, piedad, comprensión, clemencia, bondad.
El pueblo de Israel hizo
experiencia de este amor misericordioso de Dios en Egipto, cuando suscitó a
Moisés para librarlo del yugo opresor: “He visto la opresión de mi pueblo, he
oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos” (Ex 3,7).
Israel no pudo mantener
este pacto de fidelidad a la Alianza y la rompió varias veces, sin que ello
fuera causa para que Dios se olvidara de su promesa. Siempre tuvo compasión de
su pueblo. El mejor ejemplo se da con la misericordia que tuvo con David, a quien
quiso y perdonó con infinita misericordia, después que éste se arrepintió de
sus graves pecados (cf. 2 Sam 11?12,13a). Dios mantiene siempre su fidelidad
hasta el punto que envía a su propio Hijo para sellar con su pueblo la Nueva y
definitiva Alianza.
En los Evangelios abundan
los ejemplos en los que Jesús en sus encuentros con los pecadores les anuncia
la verdad, remedia sus males, pero siempre con el mandato de no volver a pecar.
Así ocurrió con Zaqueo (Lc 19,1-10); con la mujer adúltera (Jn 8,1-11) y la
mujer samaritana (Jn 4,5-29).
Observando por ejemplo el
Evangelio de Lucas nos damos cuenta que la misericordia de Jesús se expresa en
obras concretas. El samaritano muestra su compasión acercándose y vendando las
heridas del hombre que había sido agredido por los bandidos. Asume el problema
del desdichado haciéndolo suyo, olvidándose de sus propios planes. Distinta fue
la actitud del sacerdote y el escriba que, apoyados en sus propias leyes,
podían dar múltiples razones para justificar su indiferencia. Esta parábola (Lc
10,30-37) y las que aparecen en Lucas 15, evidencian que la misericordia no
deja las cosas como estaban: saca de la miseria y del pecado.
La misericordia no equivale
a la aprobación del mal. Como nos recordará san Juan Pablo II: “El significado
verdadero y propio de la misericordia en el mundo no consiste únicamente en la
mirada, aunque sea la más penetrante y compasiva, dirigida al mal moral, físico
o material: la misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero y propio,
cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal
existentes en el mundo y en el hombre”. Debemos combatir el mal a fuerza de
bien como dice san Pablo (Rm 12,21), pues una cosa es juzgar al pecador y otra
rechazar su pecado.
La misericordia no se riñe
con las leyes, sino que regenera lo que la justicia no está en condiciones de
lograr por sí misma. Es decir que “…la estructura fundamental de la justicia
penetra siempre en el campo de la misericordia. Esta, sin embargo, tiene la
fuerza de conferir a la justicia un contenido nuevo que se expresa de la manera
más sencilla y plena en el perdón”.
En la Bula de convocatoria
de este año jubilar, el Papa Francisco dice que “Jesucristo es el rostro de la
misericordia del Padre”, con lo que nos marca el camino y el paradigma para
conocer y explicitar los contenidos de la misericordia: Cristo es el camino y
sus obras son el contenido y el método de la misericordia.
3. La misericordia en las
enseñanzas del Papa Francisco
No podemos referirnos a
este tema dejando de lado el pensamiento del Papa Francisco sobre el mismo.
Este ha sido, sin lugar a dudas, uno de los temas claves de las enseñanzas del
Papa Francisco desde los inicios de su pontificado. El Santo Padre ha
aprovechado todos los escenarios para invitar a encarnar esta virtud en los
diversos ámbitos de la vida, no limitándose sólo al plano espiritual o
pastoral, sino también en el aspecto social, familiar, económico, cultural y
político. Su insistencia es que todas las realidades sean iluminadas bajo la
luz del rostro misericordioso de Dios.
El Papa Francisco nos
invita a todos a vivir bajo el dinamismo de la misericordia: a los sacerdotes
en el confesionario y en las más diversas actividades pastorales, a los padres
de familia, a los jefes de Estado, a las familias religiosas, a los
profesionales, en fin, a todos los hijos de Dios.
La centralidad de la
misericordia en el ser y el quehacer de la Iglesia ha sido expresado por él de
diferentes maneras. Sus expresiones, en las catequesis de las Audiencias
generales semanales, en el rezo del Ángelus dominical, en su Exhortación
Apostólica Evangelii gaudium, en sus homilías y en todas sus enseñanzas, nos
ponen en perfecta sintonía con la fuerza y la originalidad de su pensamiento
sobre la misericordia.
El actual Sucesor de Pedro
ha dicho que la misericordia es el bálsamo amoroso de Dios para con los
pecadores, los pobres, los amenazados y marginados de la sociedad y nos
recuerda que “la misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también
el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de
sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo
del rostro de Dios en sus creaturas— esté en juego. Jesús nos advierte: el amor
a los demás […] es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto
depende nuestro destino eterno”.
El Papa hace un insistente
llamado a los sacerdotes invitándolos a humanizar el sacramento de la
reconciliación, por constatar que algunos sacerdotes dejan de lado el mandamiento
del amor compasivo y misericordioso de Dios. También ha exhortado repetidamente
a los sacerdotes a “ser misericordiosos en el confesionario” indicando que “uno
podrá ser un buen hombre o una buena mujer, pero si no sabe perdonar no es
cristiano”.
4. Realidades de nuestra
sociedad que claman misericordia
Las parábolas del juicio
final (cf. Mt 25,31-46) y del “padre misericordioso”, (Lc 15, 11-32) son una
invitación directa de Jesús a responder, desde el amor, a las situaciones
límites que marginan a los seres humanos. En el relato de estas parábolas,
Jesús pide dar de comer al hambriento, dar techo a los sin techo, vestir al
desnudo, acoger al forastero, visitar a los enfermos y a los presos, perdonar y
acoger al hermano que se ha equivocado.
El cristiano no puede estar
despistado del horizonte del Evangelio, distraído con los “fuegos artificiales”
de la mundanidad. Por eso, nuestro horizonte debe ser el de pensar, vivir y
actuar como Jesús, compasivo y misericordioso ante los reclamos de nuestro
pueblo.
A. Constataciones
Vemos esperanzados que el
nuestro es un pueblo creyente, alegre, generoso, acogedor, solidario, capaz de
generar cualquier iniciativa de ayuda solidaria al prójimo, con una estructura
humana y espiritual idónea para hacer el bien y vivir la misericordia.
Pero también constatamos
que vivimos en un mundo traspasado por la miseria, el dolor, el sufrimiento, la
enfermedad, la desatención a los más pobres, la injusticia, donde crece la
insensibilidad y aumenta “la amenaza de la globalización de la indiferencia”.
Es oportuno recordar que “en el plano individual y comunitario, la indiferencia
ante el prójimo, hija de la indiferencia ante Dios, asume el aspecto de inercia
y despreocupación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y
grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos
o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de
terminar, antes o después, en violencia e inseguridad” frente a los hermanos
que viven desamparados. Con frecuencia encontramos gestos de inmisericordia en
nuestra sociedad dominicana, por ejemplo, personas insensibles con hermanos
accidentados, que en vez de socorrerlos, los despojan de todas sus
pertenencias. Curiosamente constatamos todavía que estamos interactuando con los
mismos tipos de personas excluidas o necesitadas a los que Jesús hizo
referencia en la parábola del juicio final.
Percibimos que vivimos en
una época fuertemente condicionada por las políticas del mercado, donde todo es
medido y valorado según la utilidad y la rentabilidad, también las personas.
Estas, en términos de mercado, valen lo que producen y valen en cuanto son
útiles. Esta concepción mercantilista privilegia el hacer, la utilidad y la
apariencia sobre el ser. El Papa ha hablado de la “cultura del descarte”
haciendo alusión a este vergonzoso fenómeno social. Los “descartados, los que
no cuentan” esperan algún gesto de misericordia de nosotros los cristianos.
Vemos con preocupación cómo
la corrupción priva a la población de recursos económicos que deberían ser
destinados para satisfacer sus necesidades básicas: educación, vivienda,
alimentación, salud, seguridad, justicia, salarios dignos. Otro gesto de
inmisericordia, que va en detrimento del desarrollo, es el cobro de “peajes” a
los inversionistas, que en vez de estimulárseles se les ahuyenta. La corrupción
crea una escandalosa situación de inequidad y desigualdad social, ensanchando
la brecha entre personas que se han hecho ricos como por arte de magia, sin
otra justificación que haber pasado por el tren administrativo público y una
gran mayoría de personas honestas que apenas logran sobrevivir con el esfuerzo
de toda una vida de trabajo.
Lamentablemente la
impunidad y la complicidad han sido los mejores aliados de los corruptos en los
sistemas políticos en todo el mundo. La impunidad es la mejor manera de
incentivar a los corruptos a apropiarse de los bienes del pueblo y al mismo
tiempo una manera de mal educar a las nuevas generaciones. Los empobrecidos,
víctimas del sistema corrupto, piden misericordia para que le sea devuelto lo
que en justicia les pertenece para vivir con dignidad.
El incumplimiento de la
ley: estamos en un país donde no faltan las leyes, pero no siempre son
respetadas y aplicadas o se aplican a los ciudadanos de una manera muy
selectiva. Un país donde a “todo se le quiere buscar la vuelta” con tal de
evadir hacer lo correcto. Las víctimas de las injusticias claman por un trato
más justo y misericordioso.
Estamos iniciando el 2016,
un año de contienda electoral en el que se elegirán a los servidores públicos a
nivel Ejecutivo, Legislativo y Municipal, del país. Nos preguntamos qué podría
aportar la virtud de la misericordia en este mundo tan particular.
Los candidatos en sus
discursos de campaña hablan habitualmente de cercanía, de escuchar los reclamos
del pueblo, de tener en cuenta las necesidades de los pobres, ser su “voz” en
las entidades públicas que ocupen. Sin embargo, percibimos la devaluación de la
credibilidad en el ejercicio de la política. La gente percibe que la política
es un negocio de fácil enriquecimiento para unos pocos que logran escalar a
puestos dirigenciales en el tren gubernamental, y no un ejercicio de servicio a
la sociedad y al bien común. Los engañados por falsas promesas electorales
claman misericordia.
La inseguridad ciudadana y
criminalidad: es altamente preocupante el alto nivel de violencia que ha ido
permeando todas las esferas sociales de nuestro país, desde la familia con los
feminicidios, hasta los secuestros y el sicariato; segar la vida de un ser
humano por un simple celular, hasta tener que soportar la vergüenza de
presenciar la implicación en no pocos hechos delictivos de miembros de las
mismas instituciones encargadas de garantizar el orden público y combatir la
violencia, así como de la seguridad ciudadana y nacional. Las víctimas de la
violencia, de la inseguridad ciudadana y
la criminalidad claman misericordia.
Nos preocupa grandemente la
violación del sagrado derecho a la vida desde sus inicios. La vida, ese don
supremo de Dios, es amenazada desde el mismo seno materno así como también por
el creciente clima de violencia. Las vidas indefensas también claman
misericordia.
Nuestra madre tierra
también clama misericordia ante las despiadadas agresiones sistemáticas de las
mineras, la extracción de arena de los ríos y la deforestación de sus orillas,
la reducción a cenizas por manos criminales de muchos de nuestros bosques, la
tala indiscriminada de árboles en nuestras reservas naturales con fines
comerciales, en fin, por la brutal depredación a que está siendo sometida la
madre naturaleza en nuestro frágil ecosistema insular.
Acogemos el llamado sobre
el tema migratorio que nos hiciera el Papa Francisco, en nuestra última visita
Ad Límina, a tener una atención pastoral caritativa con todos los inmigrantes
–en especial a los de la vecina República de Haití-, así como ayudarles a
integrarse en la sociedad y darles
nuestra acogida en la comunidad eclesial. También asumimos la
exhortación a brindar nuestro apoyo “a las autoridades civiles para alcanzar
soluciones solidarias a los problemas de quienes son privados de documentos o
se les niega sus derechos básicos”.
B. Todo esto nos mueve a la
siguiente reflexión:
El panorama que vivimos en
la República Dominicana nos abre un horizonte propicio para la práctica de las
obras de misericordia. Partiendo de nuestra realidad económica, socio-cultural,
política y religiosa, estamos desafiados a dar respuestas a estas realidades
desde el principio evangélico de la misericordia al estilo de Jesús de Nazaret.
Da la impresión de que nos
hemos inmunizado frente a todos estos males que afectan a nuestra sociedad y al
mundo, o que hemos ido perdiendo la capacidad de asombro y de reaccionar acorde
con el Evangelio y los más elementales intereses del ser humano.
Estas deshonrosas
situaciones nos interpelan y nos llevan a dar una respuesta esperanzadora desde
el Evangelio de la misericordia. El Papa Francisco nos recordará que “Jesús nos
enseña a ser misericordiosos como el Padre (cf. Lc 6,36). En la parábola del
buen samaritano (cf. Lc 10,29-37) denuncia la omisión de ayuda frente a la
urgente necesidad de los semejantes: «lo vio y pasó de largo» (cf. Lc 6,31.32).
De la misma manera, mediante este ejemplo, invita a sus oyentes, y en
particular a sus discípulos, a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos
de este mundo para aliviarlos, ante las heridas de los demás para curarlas, con
los medios que tengan, comenzando por el propio tiempo, a pesar de tantas
ocupaciones”. Los gestos y acciones de Jesús misericordioso son el mejor
estímulo para ejercitarnos en las obras de misericordia.
Las situaciones antes
descritas apelan a nuestra sensibilidad ante el hermano que sufre, ante el
“herido a la orilla del camino”, convirtiéndose así en una fuerte invitación de
Dios para que respondamos con gestos concretos desde la misericordia y la
compasión, testimoniando nuestra fe con gestos más que con hermosos discursos
(cf. Santiago 2,14-26).
Nosotros, como Pastores,
nos encontramos hoy frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo que afectan
la vida social y eclesial desde el mismo seno de la familia. Estamos llamados,
por lo tanto, a ir no solamente a las periferias geográficas, sino a las
periferias existenciales… allí donde está el pecado, el dolor, la enfermedad,
el rechazo, la violencia, el engaño y la inequidad que genera división y
violencia. Como Iglesia estamos llamados a salir al encuentro de las personas
que sufren estas situaciones con una renovada y esperanzadora mirada de
misericordia.
Preguntémonos sinceramente
¿Cómo reaccionaría Jesús ante la realidad que vimos hoy en nuestra sociedad?
¿Cómo respondería ante estas situaciones? ¿Cómo manifestar la misericordia de
Dios hoy entre nosotros? ¿Cuáles gestos concretos de misericordia realizar?
Los seguidores de Jesús
estamos llamados a actuar como si el mismo Cristo compasivo y misericordioso
estuviera en nuestro lugar, encontrando en Él la fuente viva de inspiración y
la iluminación para responder a las “miserias” del prójimo lo más apegadamente
posible al Evangelio. Para ser hombres y mujeres misericordiosos tenemos que
dejarnos tocar primero por la misericordia del Padre, experimentando en carne
propia lo que significa ser perdonado. Pues, difícilmente entenderemos y
valoraremos lo que no sea asumido desde dentro por nosotros, es decir, lo que
no haya sido procesado por nuestra experiencia. Es necesario abrirse a la
misericordia de Dios entrando en un proceso de conversión personal.
5. Las Obras de
misericordia
El Catecismo de la Iglesia
Católica se refiere al tema de la misericordia de manera práctica, describiendo
las maneras concretas de hacerla realidad en nuestra relación con el otro.
El Catecismo es inspirador
y desafiante a la vez, porque busca traducir con gestos concretos y
comprensibles (obras de misericordia), este atributo de Dios como una respuesta
eficaz a las diversas necesidades humanas, sea en el orden espiritual o en el
orden corporal. Nos habla de “las obras de misericordia”, entendiéndolas como
“acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus
necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58,6-7; Hb 13,3).
A. Obras de misericordia
corporales
a) Visitar a los enfermos
Abundan en nuestros
hospitales enfermos olvidados por sus familiares, o bien, personas que por la
lejanía con el centro hospitalario, no reciben visita alguna. También en
nuestros barrios y comunidades pobres, hay muchos enfermos que ni siquiera
pueden ir a los hospitales y que sufren doblemente: por un lado, los dolores de
sus males físicos y, por otro, la ausencia de alguien que les muestre afecto y
les fortalezca en la fe. Es bueno dar dinero para los necesitados, pero qué
bueno es también darnos nosotros mismos. Compartamos de nuestro tiempo con
ellos y llevémosles una palabra de aliento, un rato de compañía a esos cristos
sufrientes.
b) Dar de comer al
hambriento
Es un mandato de Jesús
compartir con el necesitado, nos lo dice muy claro en el Evangelio: “El que tenga
dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto
“ (Lc 3,11). Ante la actitud insolidaria de los apóstoles, que quieren que
despache a la multitud hambrienta, después de escuchar sus enseñanzas, Jesús
les manda: “Denles de comer ustedes mismos” (Lc 9,13; cf. Jn 6,1-13). Con esto
nos enseña también a nosotros a no ser indiferentes ante las necesidades de los
demás. El Papa Benedicto XVI nos recordaba que dar de comer a los hambrientos
es un imperativo ético para la Iglesia que responde a las enseñanzas del Señor
Jesús. Al compartir nuestro pan, no sólo le quitamos el hambre a nuestro
hermano necesitado, sino que le mostramos el amor de Dios.
c) Dar de beber al sediento
Con cuánto gusto nos
bebemos un vaso de agua fresca después de recorrer un largo trecho para calmar
nuestra sed. Pensemos en muchos hermanos nuestros que se enferman porque tienen
que calmar su sed con agua contaminada. Hay también muchas personas en nuestros
barrios que tienen que comprarla para su aseo diario mientras muchos la
desperdician. El Papa Francisco advertía que “privar a los pobres del acceso al
agua significa negar el derecho a la vida fundamentado en su inalienable
dignidad”.
d) Acoger al forastero
Por la acogida al forastero
seremos reconocidos en el momento del juicio final, así como por las demás
obras de misericordia (Mt 25,35). Existen muchos inmigrantes que esperan
nuestra ayuda para poder vivir dignamente junto a su familia, ayuda que debe
hacerse presente en toda forma y en todo momento. Como cristianos debemos
mostrar el rostro misericordioso de Jesús, poniendo en práctica el amor
cristiano por encima de cualquier otra ley.
e) Vestir al desnudo
Es cierto que hoy día hay
abundancia de vestidos, pero no todos tenemos las mismas facilidades de
obtenerlos. A menudo nos encontramos con hermanos escasos de vestidos.
Ayudémosles y seamos solidarios y démosles la posibilidad de tener vestidura
limpia y respetable, que les permita reencontrar al Señor en la bondad de los
demás.
f) Visitar a los
encarcelados
La carta a los Hebreos nos
señala en forma de mandato el cumplimiento de esta obra de misericordia:
“Acuérdense de los presos, como si ustedes estuvieran presos con ellos” (Hb
13,3). La Iglesia nos llama a llevarles, no sólo cosas materiales, sino el
cariño de toda la comunidad y el aliento de Jesús a cada uno de ellos, para que
se sientan parte del rebaño del Único Pastor. Y pueda oírse de nuevo el
cumplimiento de la profecía: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha
consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a
anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-21;
cf. Is 61,1s).
g) Enterrar a los muertos
Sepultar a los muertos no
significa que los olvidemos, por el contrario, esta obra de misericordia
corporal nos lleva a la obra de misericordia espiritual que nos invita a rezar
por los vivos y los muertos. Es un acto de misericordia mantener sus sepulturas
en buen estado, pues en ellas se contienen los restos mortales de aquellos que
fueron templo del Espíritu Santo, y que resucitará al final de los tiempos.
Como bien enseña el Catecismo de la Iglesia: “En la muerte, separación del alma
y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va
al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en
su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible
uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús”.
B. Obras de misericordia
espirituales
a) Enseñar al que no sabe
Es un acto de mucha
misericordia y solidaridad enseñar a los demás. Pensemos de todo lo que se
priva el que no sabe leer y escribir. Con el plan “Quisqueya Aprende Contigo”
fueron muchas las personas alfabetizadas. Ojalá se pueda continuar con este
proyecto hasta el final. Además, hay que seguir facilitando y ayudando a los ya
alfabetizados a que sigan creciendo y desarrollándose en todo tipo de
conocimiento y cultura.
b) Dar buen consejo al que
lo necesita
Hay muchas personas que
comenten graves errores, porque no tienen a alguien de confianza que les ayude
a encontrar nuevamente el camino del bien. Para dar un buen consejo es
necesario que nosotros mismos hayamos sido aconsejados. Dado que aconsejar es
un don del Espíritu, debemos pedírselo a Dios para que con nuestras palabras y
nuestras acciones, aconsejemos a los que lo necesitan.
c) Corregir al que yerra
Esta obra de misericordia
se inspira en el texto de la corrección fraterna (Cf. Mt 18,15-17). Cuando un
hermano nuestro peca o se equivoca, es nuestro deber llamarlo a corrección,
pero siempre con caridad. De ese modo, evitamos los comentarios y malos
entendidos que tantas veces provocan separación y conflictos en la comunidad.
d) Perdonar al que nos
ofende
El acto más sublime del
amor es el perdón. Pero ¡Qué difícil es perdonar! En los Evangelios vemos que
Jesús enseñó con palabras a sus discípulos la importancia del perdón. La última
lección la dio en la cruz, perdonando a sus propios verdugos. En la oración del
Padrenuestro nos dice que para que seamos perdonados tenemos que perdonar
primero a los que nos ofenden. No esperemos a que los que nos han ofendido
vengan a pedirnos el perdón, hagámoslo siempre como nos lo enseña Jesús.
e) Consolar al triste
En el discurso de las
Bienaventuranzas Jesús nos dice: “Dichosos los que lloran porque serán
consolados” (Mt 5,5). Dios, por medio de su Espíritu Santo, nos consuela. Pero
se vale de nosotros para consolar a los demás. Somos consuelo para los tristes,
no sólo cuando nos compadecemos, sino también, cuando evitamos ser causa de sus
tristezas. Que podamos compartir “los gozos y las esperanzas, las tristezas y
las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su
corazón”.
f) Sufrir con paciencia los
defectos del prójimo
Es fácil ver la paja en el
ojo ajeno y difícil ver la viga en el nuestro. La paciencia frente a los
defectos de nuestros hermanos nos hace madurar y crecer y puede ser el mejor
camino de ayudarles a su superación. Quien reconoce sus defectos y limitaciones
puede ser más fácilmente tolerante con los demás.
6. CONCLUSIÓN
Como pastores, expresamos
nuestra preocupación y nuestro apoyo a los hermanos más necesitados de nuestras
comunidades cristianas, sintiéndonos muy cercanos a sus reclamos.
Estamos muy de acuerdo con
san Ireneo de Lyon cuando afirma: “La gloria de Dios es que el hombre viva” y,
agregamos, que viva con la dignidad que otorga el amor misericordioso de Dios.
Nos parece oportuno y
edificante recordar que “la Iglesia proclama la verdad de la misericordia de
Dios, revelada en Cristo crucificado y resucitado, y la profesa de varios
modos. Además, trata de practicar la misericordia para con los hombres a través
de los hombres, viendo en ello una condición indispensable de la solicitud por
un mundo mejor y « más humano », hoy y mañana. Sin embargo, en ningún momento y
en ningún período histórico —especialmente en una época tan crítica como la
nuestra—la Iglesia puede olvidar la oración que es un grito a la misericordia
de Dios ante las múltiples formas de mal que pesan sobre la humanidad y la amenazan.
Precisamente éste es el fundamental derecho-deber de la Iglesia en Jesucristo:
es el derecho-deber de la Iglesia para con Dios y para con los hombres”.
Nos dice también el san
Juan Pablo II: “La auténtica misericordia es por decirlo así la fuente más
profunda de la justicia. […] La misericordia auténticamente cristiana es
también, en cierto sentido, la más perfecta encarnación de la «igualdad» entre
los hombres y por consiguiente también la encarnación más perfecta de la
justicia, en cuanto también ésta, dentro de su ámbito, mira al mismo
resultado”.
Nuestro deseo, en
consonancia con el Papa Francisco, es que “la Iglesia se convierta en el eco de
la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como Palabra y gesto de
perdón, de soporte, de ayuda, de amor: Que nunca se canse de ofrecer
misericordia y será siempre paciente en el confortar y perdonar.
Con el Papa, invitamos a
todo el pueblo de Dios a ejercitarse en la sagrada práctica de la misericordia,
cada cual desde el lugar y la situación que le está tocando vivir. Que nadie se
sienta excluido de esta responsabilidad. El llamado es para todos sin excepción.
El ejercicio es una tarea de todos que hace mucho bien a los hermanos.
Por último, con san Juan
Pablo II “supliquemos por intercesión de Aquella que no cesa de proclamar «la
misericordia de generación en generación», y también de aquellos en quienes se
han cumplido hasta el final las palabras del sermón de la montaña:
«Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia»” .
Que nuestra Señora de La
Altagracia, Madre de Misericordia, proteja al pueblo dominicano y le conduzca
por los caminos de su Hijo, rostro misericordioso del Padre. Y que Dios Padre
misericordioso nos conceda la gracia de soportarnos mutuamente, perdonarnos y
de ser misericordiosos como nuestro Padre-Dios es misericordioso (cf. Lc 6, 36).
¡Dios les guarde y bendiga
a todos!
Santo Domingo 21 de enero
del año 2016, fiesta de Nuestra Señora de la Altagracia.
Les bendicen,
†Nicolás de Jesús Cardenal
López Rodríguez,
Arzobispo Metropolitano de
Santo Domingo,
Primado de América,
†Freddy Antonio de Jesús
Bretón Martínez,
Arzobispo Metropolitano de
Santiago de los Caballeros
†Gregorio Nicanor Peña
Rodríguez,
Obispo de la Altagracia,
Higüey
Presidente de la
Conferencia del Episcopado Dominicano
†José Dolores Grullón
Estrella,
Obispo de San Juan de la
Maguana
Vicepresidente de la
Conferencia del Episcopado Dominicano
†Francisco Ozoria Acosta,
Obispo de San Pedro de
Macorís
†Diómedes Espinal De León,
Obispo de Mao-Montecristi
†Julio César Corniel Amaro,
Obispo de Puerto Plata
†Fausto Ramón Mejía
Vallejo,
Obispo de San Francisco de
Macorís
†Andrés Napoleón Romero
Cárdenas,
Obispo de Barahona
†Héctor Rafael Rodríguez
Rodríguez,
Obispo de La Vega
R. P. José Ulises Botello,
Administrador Diocesano de
Baní
†Amancio Escapa Aparicio,
O.C.D.,
Obispo Auxiliar de Santo
Domingo
†Valentín Reynoso Hidalgo,
M.S.C.,
Obispo Auxiliar de Santiago
de los Caballeros
†Víctor Emilio Masalles
Pere,
Obispo Auxiliar de Santo
Domingo
†Ramón Benito De La Rosa y
Carpio
Arzobispo Emérito de
Santiago de los Caballeros
†Fabio Mamerto Rivas
Santos, S.D.B.,
Obispo Emérito de Barahona
†Jesús María De Jesús Moya,
Obispo Emérito de San
Francisco de Macorís
†Antonio Camilo González,
Obispo Emérito de La Vega
†Rafael Leonidas Felipe
Núñez,
Obispo Emérito de Barahona
†Pablo Cedano Cedano,
Obispo Auxiliar Emérito de
Santo Domingo
Francisco, Bula Misericordiae vultus, 3.
Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in
misericordia, 6.
Idem., 14.
Francisco, Bula Misericoriae vultus, 1.
Francisco, Mensaje para la celebración de
la XLIX Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero del 2016, Vence la indiferencia y
conquista la paz, 5.
Afirmaba san Juan Pablo II que: “Al
analizar la parábola del hijo pródigo, hemos llamado ya la atención sobre el
hecho de que aquél que perdona y aquél que es perdonado se encuentran en un
punto esencial, que es la dignidad, es decir, el valor esencial del hombre que
no puede dejarse perder y cuya afirmación o cuyo reencuentro es fuente de la
más grande alegría” (Dives in misericordia, 14).
Francisco, Mensaje para la celebración de
la XLIX Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero del 2016, Vence la indiferencia y
conquista la paz, 7.
Idem., 4.
Como indica el Papa Francisco: “En efecto,
no es raro que los proyectos económicos y políticos de los hombres tengan como
objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de
pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros. Cuando las
poblaciones se ven privadas de sus derechos elementares, como el alimento, el
agua, la asistencia sanitaria o el trabajo, se sienten tentadas a tomárselos
por la fuerza”, Idem., 4.
Este año en su mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz afirmaba el Papa: “Además, la indiferencia respecto al
ambiente natural, favoreciendo la deforestación, la contaminación y las
catástrofes naturales que desarraigan comunidades enteras de su ambiente de
vida, forzándolas a la precariedad y a la inseguridad, crea nuevas pobrezas,
nuevas situaciones de injusticia de consecuencias a menudo nefastas en términos
de seguridad y de paz social” (4).
Francisco, Discurso a los Obispos de la
Conferencia Episcopal de República Dominicana en Visita “Ad Limina Apostolorum”, 28 de mayo de
2015.
Mensaje para la celebración de la XLIX
Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero del 2016,
Vence la indiferencia y conquista la paz, 5.
Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Cáritas
in veritate, 27.
Francisco, Carta Encíclica Laudato Si’, 30.
Catecismo de la Iglesia Católica, 997.
Concilio Vaticano II, Const. past. sobre la
Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, 1.
Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in
misericordia, 15.
Idem., 14.
Francisco, Bula Misericoriae vultus, 25.
Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in misericordia, 15.
Listín Diario/Deyanira
Polanco

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