BIEN COMUN, EL GRAN AUSENTE
https://www.elvalleinformativo.com/2017/09/bien-comun-el-gran-ausente.html
Por Roberto Rosado Fernández,
educador
Nací y crecí en un Paraje
de la Sección Mogollón de nombre San
Ramón. Crecí al lado de mi madre, 7 hermanos, abuelos y tíos paterno.
Mi madre nos enseñó buenas
costumbres, a obedecer a las personas mayores, a nuestras familias y respetar a
nuestros maestros. Mis tíos y abuelos también contribuyeron. Esa era normativa
rígida a la que todos debíamos acogernos.
Es un Paraje
que para aquella época no tenía energía eléctrica, las actividades
nocturnas se hacían con farol y en ocasiones
fogata para alumbrar. Nadie osaba
en hacer travesuras pues el castigo venia sin que se pudiera manifestar algún
desacuerdo. Nos corregían los abuelos, los tíos, los hermanos mayores y los
adultos de toda la comunidad. Todos tenían otorgado ese derecho.
La solidaridad era clave en
el modo de vida de la gente. Todo problema que sucedía en la vida de los
comunitarios era solucionado en común
haciendo de la solidaridad una regla de su consuetudinariedad.
Lo que se colocaba en la
mesa para comer se aceptaba sin oposición debido a que se entendía que era lo que había para la ocasión, lo
contrario se entendía un desafío a la autoridad de los padres y eso era pasible
de severo castigo.
Como no existía televisión,
la diversión provenía de una orientación precisa de los mayores sobre lo que se
debía hacer y hasta la hora que debía
hacerse.
Las tareas que asignaban
los profesores debían hacerse en el
horario que establecían los padres y, luego, a la cama para descansar hasta el
nuevo día.
No había excusas para notas
bajas debido a que las tareas se hacían con regularidad y, cuando ocurría
cualquier distorsión, los padres eran invitados a pasar por la escuela para aplicar
los correctivos de lugar con la
finalidad de garantizar el éxito de su
año escolar.
El orden, el respeto, la
disciplina, la solidaridad, la bondad, la educación, la obediencia y el amor a
los demás, era la vida de los lugareños. Por esta razón cumplir deberes y
obligaciones era consustancial a la formación que se recibía de los padres en
el hogar y en la escuela.
Los niños crecían en ese
ambiente y sus responsabilidades de adultos las asumían sin ningún tipo de
trauma, todo se hacía en base a valores inculcados en la familia, la escuela y
la comunidad.
Los matrimonios eran
duraderos y los hijos que llegaban los iban desarrollando con los mismos
principios que le inculcaron sus padres desde el momento en que hizo su
aparición como ser viviente en la tierra.
La modernidad expresada en
la promoción de valores contrarios a los
concebidos desde la familia ha creado nuevos comportamientos que han roto el
sosiego de la familia y la escuela llevándose de paso aquellos valores con los
que crecimos.
Las novelas, las películas
y otras proyecciones han producido un ambiente multicultural que ha influido,
de tal manera, que hoy hasta lo que somos no se sabe que es ni de dónde viene.
En la casa no se sabe quién
manda, ni mucho menos a quien obedecer. En la escuela pervive la amenaza. En la comunidad no hay nadie seguro y en la sociedad el
individualismo se ha apoderado de la gente, a tal punto, que la familia se ha
reducido a padres e hijos.
Romper con este escenario
es una tarea que hay que colocar en la AGENDA DEL ESTADO y sus instituciones.
Es urgente buscar
solución que disminuya la promoción
exagerada de anti valores presentes ahora
en el diario vivir.
He planteado en otras
entregas la creación de un mecanismo de control de todo el producto a consumir
desde el poder mediático de nuestro país. Ese poder que influye tanto en la
sociedad es más poderoso que la escuela y la familia e inculca ideas y valores
que sobrepasan la capacidad de convencimiento de los padres y de la escuela.
Ha de recordarse que el
ESTADO es responsable de controlar todas las instancias de promoción de valores
pero, para hacerlo, debe estar convencido de que no debemos seguir
contraponiendo nuestras esencias, ni permitir que se pierda de raíz lo que ayer
produjo y desarrolló un hombre integro,
solidario, respetuoso y cargado de amor y espíritu de contribución para
desarrollar EL BIEN COMUN, tan ausente en la sociedad de hoy.
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