Guerra comercial entre China y Estados Unidos
Manolo Pichardo
Desde la reforma y la apertura iniciadas en 1978, bajo el
liderazgo de Deng Xiaoping, China ha experimentado un crecimiento económico de
tal calado que llevó al país de la Gran Muralla, de ser uno de los países más
pobres del mundo, a convertirse en la principal potencia económica, en términos
de paridad de poder adquisitivo y en la segunda en lo relativo a su Producto
Interno Bruto en comparación con el de Estados Unidos, ya que el país asiático
ha colocado sus riquezas en 19 billones de dólares, mientras que la nación
americana exhibe unos 26 billones.
Algunos analistas, sin embargo, apuntan que mientras el
PIB estadounidense se soporta en una economía especulativa en donde, como dice
el periodista Dan Collins, no se produce nada y se importa casi todo, por lo
que aquel gran territorio es sólo un inmenso almacén, el PIB de la tierra que
vio nacer a Mao Zedong, tiene un robusto respaldo en la producción de bienes
que inundan el mercado mundial.
China ha sacado de la pobreza a 800 millones de personas
y logrado un crecimiento económico promedio de dos dígitos durante dos décadas,
hasta que comenzaron a sentirse los efectos de la Gran Recesión de 2008 que
desaceleró la economía mundial.
Nadie vio venir
este empuje chino; pues desde antes del colapso de la Unión Soviética, algunos
intelectuales como Alvin Toffler y Paul Kennedy proyectaban a Japón y a la
Unión Europea, indistintamente, como el país y bloque de países integrados
políticamente, como los competidores que podrían desplazar de la hegemonía
económica a los Estados Unidos.
Estas predicciones se acentuaron luego del tratado de
Maastricht que acentuó la unión comunitaria europea, tras la decisión de crear
una moneda común, defensa común, ciudadanía común, y política exterior común;
en fin, que el mundo estaba pendiente de la evolución de la economía japonesa y
la del llamado viejo continente, sin prestar atención a los cambios en la
estructura de la economía china que se abría a los mercados, creando un sistema
económico híbrido en donde el Estado se conjuga con el mercado para dar
nacimiento al socialismo con características chinas, que el liderazgo de
Beijing llama economía socialista de mercado.
Parece que nadie se percató de lo que ocurría en China y
apostaron a su mano de obra barata para engordar el capital transnacional,
subestimando así la capacidad del gigante oriental para hacer acopio de la
vanguardista tecnología del occidente político -que no geográfico- que le
permitió ir más allá del ensamblaje para madurar su industria hasta desarrollar
sus propias tecnologías.
Luego de un
programa de entrenamiento que le permitió crear una “granja” de innovadores que contribuyó para que en el 2019 el país liderado por Xi
Xinping se alzara con el liderazgo de registros de patentes, desplazando con
ello a los Estados Unidos, como el país con más registros de nuevos inventos
desde que la Organización de las Naciones Unidas fundó, en 1976, la
Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI).
Sin esperarlo, Estados Unidos se vio desplazado del
liderazgo en los mercados; China se había convertido en la fábrica del mundo y
la gran exportadora, entonces comenzó la guerra comercial. El campeón del libre
comercio se volvió proteccionista.
Subidas de aranceles, prohibiciones de importaciones y de
ventas a China de componentes tecnológicos, fueron medidas tomadas con la idea
de recuperar el mercado. A ello se sumó una campaña para generar la percepción
de que el país oriental entraba en una crisis estructural que ponía en peligro
su futuro; sin embargo, los hechos demuestran que el ascenso de China no para.
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