Libertad de expresión vs. cultura mercenaria
Por José M. Santana
Ante la ola de críticas
contra el anteproyecto de Ley Orgánica sobre Libertad de Expresión y Medios
Audiovisuales en la República Dominicana, es entendible que a veces, en nuestro
país, nos apresuramos a juzgar el libro por su portada, o la película por su
título, antes de darnos la oportunidad de leer el libro o ver la película. Pero
creo que es vital que entendamos de qué se trata realmente este anteproyecto de
ley.
En el fondo, lo que busca es
algo fundamental: actualizar nuestras leyes para que puedan lidiar con los
desafíos de hoy, con toda la tecnología y los cambios sociales que nos están
transformando.
Eso significa dejar atrás
normas que ya no sirven, como la Ley 6132 de 1962, y reafirmar algo que es
esencial para todos nosotros: la libertad de expresión. Esa idea de que cada
persona tiene el derecho a alzar su voz, sin que el gobierno le diga de antemano
lo que puede o no puede decir.
Pero también se trata de
encontrar un equilibrio. De reconocer que, con esa libertad, viene una
responsabilidad. Por eso, esta ley establece reglas claras para evitar abusos,
regula las plataformas digitales para que sean más transparentes sobre cómo funcionan,
cómo deciden qué vemos y qué no, y quiénes son los responsables aquí en el
país.
Protege la información que
es importante para todos nosotros, limita la censura, y algo que me parece
crucial, prioriza la seguridad de nuestros niños. Algunos se burlan diciendo
que la intención del gobierno es como la de una dictadura, pero no se detienen
a pensar que las redes sociales son, real y efectivamente una dictadura de las
corporaciones propietarias de las mismas.
La propuesta intenta, crea
una institución, el INACOM, para supervisar los medios, las plataformas, los
espectáculos públicos, para asegurar que se cumplan estas reglas. Y establece
el derecho a corregir errores, a asegurar que la información sea accesible para
todos, incluyendo a las personas con capacidad diferentes, y a que haya
claridad sobre quién está detrás de lo que vemos y leemos.
Es un esfuerzo por navegar
un terreno complicado, por asegurar que, en esta era digital, la libertad de
expresión siga siendo una fuerza para el bien, para la verdad, y para una
sociedad más justa.
La libertad de expresión en
la era digital
Las sociedades no son museos
de normas estáticas; son organismos vivos que respiran a través de las
interacciones humanas, moldeadas por herramientas tecnológicas que redefinen
constantemente sus fronteras.
La libertad de expresión,
como principio fundacional de las democracias modernas, no escapa a esta
evolución. Surgió como un antídoto contra la censura monárquica y eclesiástica,
se consolidó en la lucha por la prensa libre durante la Ilustración y hoy enfrenta
su prueba más compleja: navegar un mundo donde las palabras ya no solo se
imprimen en papel, sino que se viralizan en algoritmos, donde el anonimato
digital puede ser un escudo para la difamación o un arma de opresión.
El anteproyecto de Ley
Orgánica sobre Libertad de Expresión y Medios Audiovisuales de la República
Dominicana es un intento necesario —aunque imperfecto— de cerrar la brecha
entre un marco legal diseñado para la era analógica y las realidades de la
hiperconectividad.
Al reconocer el acceso a
internet como un derecho fundamental, establecer principios de neutralidad de
la red y exigir transparencia a las plataformas digitales, el texto legisla
sobre una verdad incómoda: la vida digital no es un espacio paralelo; es una
extensión de la sociedad misma, con consecuencias tangibles.
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