No olvidar el pasado
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En mis estudios en la
escuela normal Américo Lugo hoy uasd, San Cristóbal, para graduarme de maestro
normal primario, 1971_1973, aprendí una canción escolar que alude al campo.
El
hombre del campo
Es
mi hermano
Sangre
del campo
Hay
en mi cuerpo
Y
sin el campo
No
puedo vivir.
La
grandeza no se mide
Por
la plata
Hay
algo más, hay algo más
Lo
que vale es la persona
Y
el campesino es persona.
En aquella época en la
escuela se enseñaba a través del canto. este formaba parte de la rutina diaria,
al subir la bandera, inicio de cada clase-motivación-, en el desarrollo de la
clase como ejercicio de relajamiento o dinámica para mantener vivo el interés
por la clase y evitar el cansancio y, al finalizar, para terminar con alegría
la satisfacción que se siente por lo aprendido.
Cada tema estaba acompañado
de una canción. Era la etapa de la escuela alegre y las aulas reflejaban en
cada clase esa alegría por aquello de que, si canta la escuela, la patria se
eleva.
La generación que se formó
con esos criterios, hoy son hombres y
mujeres de bien, generalmente son humildes y sus familias permanecen unidas. La
vanidad no forma parte de su vida y la solidaridad constituye el norte de su
accionar cotidiano.
Trata de producir lo que
consume con su familia, tener una vivienda adecuada para garantizar espacios
para pernoctar con sus vástagos, y educarlos bajo una orientación dirigida a
convertirlos en hombres y mujeres de bien.
Las innovaciones, a veces
sin análisis de lo anterior o por algún interés pecuniario, que se han introducido
en la escuela moderna, han ido rompiendo poco a poco con esta forma de enseñar,
y, hoy, tenemos una escuela que solo canta para las fechas patrias, si se
organiza alguna actividad, y, no todos participan.
El individualismo que
permea a gran parte de la sociedad ha
llegado también a la escuela y a la familia rompiendo la posibilidad de
fortalecer el vínculo que debe existir entre la escuela, la familia y la
comunidad para planificar las acciones que conduzcan a la formación de los
futuros profesionales que tendrán la responsabilidad, no solo de asumir los
roles que hoy nosotros desempeñamos, sino, de ser guías y orientadores de las
generaciones subsiguientes.
De esta manera, los hombres
y las mujeres de cualquier lugar del territorio se sentirían con los mismos
derechos y con la obligación de cumplir los mismos deberes.
Los hombres y mujeres del
campo le daría igual desempeñar su labor en el campo o en la ciudad en razón de
que se ha formado para servir, ser solidario y mantener su condición de ser
social.
Sin tratar de ser iluso,
creo que, amén de la importancia que pudiera tener las innovaciones
introducidas en la forma de enseñar, hay que introducir de nuevo estas
estrategias y hacer lo que recomienda Sandra Nicastro, hacer una reorientación
del modo de enseñar cada vez que termine cada acción en el aula.
Hagamos una sumatoria de
cada acción correcta para que tengamos mejores ciudadanos.
Roberto Rosado Fernández
Porfesor uasd, San Juan de la Maguana
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