DEPREDACION ETICA Y MORAL
https://www.elvalleinformativo.com/2016/11/depredacion-etica-y-moral.html
Por Roberto Rosado
Fernández
Solía de niño levantarme
tempranito a mudar animales, ordeñar chivas, buscar frutas (guanábana, ciruela,
mamón, guázara, mango, cajuil, caimito, entre otras), con la finalidad de
cumplir con una obligación que imponían mis padres, ordeñar porque mi madre
vendía leche de chiva y las frutas servían para iniciar el proceso antes del
desayuno que más adelante se nos daba previo a salir para la Escuela.
A la vuelta de la Escuela,
debía comer, descansar un poco e ir al conuco a ayudar al abuelo paterno y a
los hermanos en las labores agrícolas. En la tardecita había que achicar las chivas, esto es, separarlas
de sus crías para poder obtener en la mañanita la leche de ordeño de cada día
con la finalidad de atender a la demanda de los clientes que antes de la 7 de
la mañana iban a buscar la cantidad
comprometida.
Cada noche, a lámparas con
gas kerosene, o farol, también con gas kerosene como combustible, bajo la
observación de mamá, hacía las tareas que traía cada día de la Escuela asignada
por la maestra Artemia Dirocie.
Los sábados y los domingos
eran para practicar en el play, (luego de las tareas de rutina), el juego de
pelota, pues el campo tenía un equipo competidor que siempre estaba en las
finales de los torneos que organizaba la Liga Campesina cada año.
Algunas noches acompañaba a
mi madre a tejer sombreros, canastas, y patoras (un tipo de sombrero cocido con
hilo de cabuya) y, a empajar sillas que los moradores del campo llevaban por la
destreza con que mi madre lo hacía, además del dinero que obtenía por ese
trabajo y la venta de los sombreros y las patoras que tejía para ese fin.
Otras noches, sobre todo de
luna llena, en la sabana, escuchaba, junto a los demás nietos, al abuelo contar
cuentos diversos del gran repertorio que poseía, los que contaba con la mayor
de las alegrías y destreza bajo la risa y aplausos de los presentes.
Durante el periodo de
vacaciones solía acompañar a mi madre,
mis abuelos y mis hermanos en la recolección de frutos y, además, aplicar mis
destrezas como domador de burros, mulos, caballos y bueyes que había en la
zona.
Entonces en el campo llovía
mucho, y de vez en cuando, sobre todo cuando los primos iban del pueblo a
pasarse algunos días con nosotros para aprovechar la frescura y el verdor del
campo, salíamos a cazar rola, palomas, ciguas, carpinteros, búcaros, pericos y
guineas que luego nos permitían hacer suculentos locrios bajo la alegría de los
abuelos que observaban complacidos el deseo y las ganas con que realizábamos
esa actividad.
También nos íbamos de pesca
de tilapia, jaiba, sagos, guabinas y camarones con los que hacíamos cocinaos
con coco o con víveres asado o salcochado para deleite y satisfacción de todos.
Eran tiempos buenos, había
bosque espeso, ríos con mucha agua, buena hierva para los animales, maíz en
abundancia para la crianza de aves, mucha comida para la crianza de cerdos y
más, la vida era más sana y placentera.
Las fiestas de picó y palo
o atabales se realizaban a menudo, las bodas se hacían con huidas y besamanos
pero con compromiso y la familia era más fuerte y más solidaria.
La gente disfrutaba más
cada actividad, pues no vivía tan agitado como hoy, por lo general los esposos
vivían juntos hasta la muerte y los
hijos buscaban sus parejas por linaje tratando de que los suyos no heredaran
ninguna conducta inadecuada que produjera disgusto a sus padres y abuelos.
Cada paso que se daba se
hacía bajo principios éticos y morales inculcados por los padres, para evitar
ser señalados como inadaptados sociales y así tener la frente en alto y ver
aquello como su principal valor y su inigualable riqueza.
Pensando yo en voz alta, a
la luz de estos recuerdos, me encuentro en la incertidumbre, por lo que veo hoy
en cada campo al que visito, de saber qué pudiéramos hacer en el presente para
recobrar aquellos momentos que generaron tanta felicidad y tantas conductas
dignas de recordarse.
Si pudiéramos tan solo
recobrar el bosque, se recuperaría el verdor, habría agua en los ríos y
cañadas, se pudiera sembrar, volverían los pájaros, las chicharras, los
grillos, tendríamos mulos, bueyes, chivas, gallinas, pavos, guineas, huevos
criollos, y tal vez volveríamos a vivir la tranquilidad que la depredación del
campo ha convertido en depredación ética y moral.
Ojalá que se pueda.
El autor es profesor UASD, San Juan de la Maguana
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