La sociedad del privilegio

Rafael Chaljub Mejìa
Aquí el privilegio está institucionalizado como si el
Estado y la sociedad misma estuviesen organizados en función de ese vicio,
hermano siamés de la corrupción.
Esta realidad se consolidó desde que, bajo asesoría de
agencias norteamericanas, en nuestro país se reorganizaron instituciones y se
crearon otras nuevas para que aquellos que pasen a ocupar los cargos superiores
de las mismas se enriquezcan legalmente y para siempre.
Existen normas constitucionales que regulan los sueldos y
salarios, ningún funcionario público puede devengar un sueldo más alto que el
del presidente de la República. Pero sucede que las instituciones a las que me
refiero se le otorgó la autonomía.
Tenemos una Ley de Pensiones y Jubilaciones, pero los
creadores de esas instituciones hicieron su propia ley y cuando los jefes de
las mismas cesan en sus funciones, aunque sea gente joven, en plena capacidad
para seguir trabajando, pasan a disfrutar de liquidaciones por retiro y
pensiones vitalicias que le aseguran una holgura económica para el resto de su
vida.
El Banreservas y el Banco Central se manejan en esos
mismos términos, sean quienes sean y llámense como se llamen quienes los
encabecen. Me dicen que a la persona que ocupe el cargo de gobernador del Banco
Central, entre muchos otros privilegios, se le asigna por reglamento un millón
de pesos contantes y sonantes como regalo el día de su cumpleaños.
Aunque dice una norma ética que nadie puede legislar en
su propio provecho, la Cámara de Diputados, cuna de las leyes, les asigna un
barrilito de dinero a sus integrantes y esta es la regla. Por suerte y como no
hay reglas sin excepción, aparecen diputados como Juan Dionicio Rodríguez
Restituyo que marcan la diferencia.
Todo esto forma parte del funcionamiento de determinadas
instituciones públicas. Entonces, la lucha por hacer prevalecer la ética y
recuperar la decencia en el Estado, hay que concebirla como un asunto de mucha
más gravedad y mayor alcance.
La Marcha Verde libró una hermosa batalla contra la
corrupción, contribuyó a sacarnos del lodazal moral en que el país estaba
sumergido y a que la corrupción administrativa no encuentre hoy el ambiente de
tolerancia cómplice que encontró antes.
Pero hay que llamar la atención hacia áreas
institucionales, mirar hacia sectores a los que habitualmente pocos miran, para
abrir el debate, crear conciencia y organizar la lucha por una transformación
política y moral a profundidad, que erradique privilegios, como los que se
señalan líneas arriba.
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