Desarrollo o sumisión: América Latina se juega su independencia ante EE.UU

Luis Gonzalo Segura
Hace unos días, el canciller ruso, Sergei Lavrov, aseveró
que América Latina y el Caribe están avanzando en su nivel de desarrollo
regional y aumentando su peso político en el mundo. Una realidad incuestionable
tras la celebración en Buenos Aires de la VII Cumbre de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (Celac) el pasado 24 de enero.
Esa cumbre alertó a Occidente y, muy en especial, a
Estados Unidos, que históricamente ha considerado la región como un 'patio
trasero' que ha dominado gracias a su fragmentación. Por ello, Estados Unidos,
a diferencia de China o Rusia, no se alegra del desarrollo y la unidad de la
región, sino todo lo contrario.
He ahí las declaraciones de Laura Richardson, jefa del
Comando Sur, en el Atlantic Council, un think tank satélite de la OTAN:
"queda mucho por hacer… tenemos que empezar nuestro juego". Un juego
que, en palabras de Richardson, pone en disputa las reservas de petróleo más
grandes, oro, cobre o el 31 % del agua dulce del planeta. Casi nada. Todo un
botín al que los norteamericanos no están dispuestos a renunciar y si para ello
tienen que "jugar", jugarán. He ahí Kissinger, el titiritero de
Pinochet y compañía, el cual, por cierto, pertenece al mencionado think tank.
Casualidades.
Como casual debe considerarse que la premisa
norteamericana haya pasado siempre por mantener lo más dividida posible a
Latinoamérica y el Caribe para poder aprovecharse de la región lo más posible.
Como casual debe considerarse que la premisa
norteamericana haya pasado siempre por mantener lo más dividida posible a
Latinoamérica y el Caribe para poder aprovecharse de la región lo más posible.
Ya saben: petróleo, oro, cobre o cualquier otro recurso valioso. Por ello, la
creciente unidad y, sobre todo, los cimientos izquierdistas en los que se
asienta generan una enorme inquietud: el juego se puede perder. Y no son
palabras vacías, pues la historia deja clara evidencia de lo señalado.
EE.UU. saboteó el primer gran intento de unidad
Después de décadas de dominio norteamericano de la
región, en primer lugar, mediante salvajes dictaduras y, en segundo lugar,
gracias a la moda neoliberal, a finales de los años 1990, América Latina, de
tan famélica que la dejaron, comenzó a escurrirse: en 1998, Hugo Chávez ganó
las elecciones en Venezuela; en el año 2002, Lula lo consiguió en Brasil; y un
año después, en el 2003, los Kirchner llegaron al poder en Argentina. América
Latina se revolucionó.
De la noche a la mañana, al menos en términos históricos,
Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay, El Salvador o Paraguay
implementaron políticas más o menos progresistas, cuestionaron los pilares del
neoliberalismo, detuvieron e invirtieron la demolición del Estado, aplicaron
políticas sociales y cuestionaron el pago de la deuda. Solo algo podía empeorar
el escenario para Estados Unidos: que se unieran. Y ello fue lo que los líderes
progresistas latinoamericanos comenzaron a hacer.
Fue en ese momento cuando los norteamericanos aplicaron
su habitual «juego» —sucio— para sabotear la unidad latinoamericana. Así,
crearon el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) con intención de
galvanizar el creciente espíritu panamericano y, cuando fracasaron, dinamitaron
la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), Mercosur —promovido por Argentina,
Brasil, Uruguay y Paraguay— y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (Celac) con la creación de la Alianza del Pacífico (AP), una
asociación neoliberal entre Chile, México, Perú y Colombia; y, además,
aumentaron la presión en los países 'sublevados' con alianzas con las élites
locales y, en general, con cualquiera que le sirviera de oposición. Fue todo un
éxito.
América Latina, ante una nueva oportunidad
A pesar del último triunfo norteamericano, en los últimos
años se ha abierto una nueva oportunidad y el nuevo intento de unidad está
impulsado por el auge de la izquierda en la región: Brasil, Argentina, Chile,
Colombia, México, Venezuela… Tal es la situación que la reunión de la Celac,
antaño saboteada, contó por primera vez con todos sus integrantes (33), entre
los que no se incluyen Estados Unidos y Canadá.
Solo algo podía empeorar el escenario para Estados
Unidos: que se unieran. Y ello fue lo que los líderes progresistas
latinoamericanos comenzaron a hacer. Fue en ese momento cuando los
norteamericanos aplicaron su habitual «juego» —sucio— para sabotear la unidad
latinoamericana.
Y no es casualidad, porque el éxito norteamericano, como
suele ocurrir en estos casos, no ha sido el de la región latinoamericana, la
cual, según la Comisión Económica para América Latina (Cepal), solo crecerá un
1,3 % este año 2023. Una tasa muy baja que, unida a los altos niveles de
desigualdad, pobreza y violencia de la región, la abocan al desastre de no
mediar cambio. No obstante, se trata de la región más desigual y violenta del
mundo.
Una situación que no cambiará, como no ha cambiado en las
últimas décadas, mientras América Latina continúe fragmentada, máxime cuando
nos encontramos en un mundo de bloques en confrontación. Es por ello que la
revolución bulle en la región y que, con ella, existe una nueva oportunidad de
alcanzar la independencia real en un mundo multipolar cada día menos
globalizado y con más tendencia a la fragmentación.
En este complicado y abierto contexto, una América Latina
fuerte podría dejar de ser un gran suministrador de materias primas, a cambio de
casi nada. Es ahí donde entran los intereses de las grandes potencias, ya que
la más interesada en perpetuar la fragmentación, la desigualdad, la pobreza o
la violencia regional es Estados Unidos. Una potencia que considera a América
Latina, como ya ha quedado comprobado, no solo su patio trasero, sino un área
de seguridad nacional.
Imagen ilustrativa
Las cifras rojas del bloqueo: Ocho años desde que EE.UU.
declaró a Venezuela como una "amenaza"
Sabedores de la amenaza que supone la actual situación
geopolítica, pero también la gran oportunidad que ofrece, en la última reunión
de la Celac, los líderes latinoamericanos plantearon la creación de una nueva
arquitectura financiera, con su propio banco y una moneda sudamericana. Un
movimiento parecido al que se impulsó en el BRICS —el potente grupo compuesto
por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— y que, unido al uso del euro en
Europa, reduciría la hegemonía —y dependencia— del dólar no solo en la región,
sino en todo el planeta.
Sin embargo, conseguir la unidad en América Latina,
siempre y cuando esta no se produzca bajo el tutelaje y el control
norteamericano, como en Europa, no será sencillo y requerirá de mucho más que
reuniones y buenas intenciones, ya que las habituales y tétricas tácticas
norteamericanas harán cuanto esté en su poder para sabotear el intento: he ahí
los golpes o las intentonas golpistas en Venezuela, Bolivia, Brasil o Perú; las
operaciones judiciales contra Lula; o los intentos de asesinato de Cristina
Kirchner o Francia Márquez. Es un juego a vida o muerte, a independencia o
sumisión, a desarrollo o expolio. Un juego que no ha terminado y en el que
América Latina y el Caribe se lo juegan todo.
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