Los Estados Unidos y la muerte de Trujillo I
11 de septiembre 2024.-
En diferentes ocasiones el
general Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió, por separado, ofrecieron
declaraciones públicas desmintiendo versiones en el sentido de que los Estados
Unidos, a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), estuvieron involucrados
en el complot para derrocar al dictador Rafael L. Trujillo, fuera por la vía
del asesinato o de un golpe de Estado.
Al proceder de esa manera
ambos héroes actuaban con sinceridad y conforme a los datos que poseían acerca
de ciertas interioridades de la conjura. No podían opinar sobre lo que
desconocían, especialmente las vinculaciones o acuerdos con agencias foráneas,
como la embajada de Estados Unidos en el país.
Recuérdese que el complot
estuvo estructurado por cuatro núcleos (el grupo de Moca, el grupo de Juan
Tomás, el grupo de Salvador y el grupo de Mr. X) cuyos principales jefes o
coordinadores eran quienes realmente manejaban información sensible acerca de
las ramificaciones políticas y militares de la trama. Y es que, acaso por
motivos de seguridad, no todos los amarres y contactos eran compartidos con
cada uno de los conjurados.
Sin embargo, varios años
después del tiranicidio trascendió que, ciertamente, los Estados Unidos habían
manifestado interés para contribuir a deponer a Trujillo, asegurándose, claro
está, que dentro de los conspiradores hubiera personas competentes y confiables
para garantizar una transición pacífica hacia un sistema democrático.
Se ha demostrado, a través
de datos empíricos que no admiten dudas, que desde mediados de 1960 la
administración Eisenhower decidió modificar su política exterior respecto de
América Latina, tomando distancia de manera prudente de determinados regímenes
dictatoriales que, como el de Trujillo, habían sido sus tradicionales aliados
durante varios decenios.
En los Estados Unidos existe
una amplia bibliografía, autoría de historiadores, periodistas y algunos ex
agentes de la CIA, que contiene documentos oficiales desclasificados vinculando
al gobierno norteamericano con algunos miembros del grupo político del complot
contra Trujillo.
Por la parte dominicana, son
recomendables principalmente las investigaciones y publicaciones de los
historiadores Bernardo Vega, Eisenhower y Trujillo (1991), Kennedy y los
Trujillo (1991), y Los Estados Unidos y Trujillo. Los días finales, 1960-1961,
editado en 1999; y Víctor Grimaldi, Tumbaron al jefe. Los Estados Unidos en el
derrocamiento de Trujillo (1999), recientemente reeditado.
En principio, el presidente
Dwight Eisenhower, lo mismo que su sucesor John F. Kennedy, a través de su sede
diplomática en Santo Domingo, estimularon a algunos disidentes dominicanos para
conspirar y derrocar el régimen dictatorial.
Incluso, esos opositores
solicitaron al embajador norteamericano el envío de rifles con miras
telescópicas y otras armas para poder acometer con éxito el atentado. Las armas
solicitadas nunca llegaron, sobre todo tras el fracaso de la invasión de Bahía
de Cochinos, en Cuba, en abril de 1961, la cual había contado con el abierto
apoyo de la Casa Blanca.
El escándalo internacional
originado por la fallida invasión anticastrista dio lugar a que el Departamento
de Estado y el representante de la CIA en el país se distanciaran del plan
tiranicida y hasta recomendaran su posposición; pero el grupo de acción
desestimó tal recomendación y continuó con los aprestos tiranicidas.
Así las cosas, desentendida
la Casa Blanca del affaire dominicano, el historiador Arthur M. Schlesinger,
asistente especial de Kennedy, tiempo después del 30 de mayo reveló que el asesinato de Trujillo tomó a
Washington por sorpresa.
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