Estados Unidos bajo la sombra de una dictadura: la advertencia de Newsom


Benjamín Morales M.

No es exagerado afirmar que Estados Unidos, la nación que durante décadas se erigió como faro de la democracia liberal, atraviesa hoy uno de los momentos más oscuros de su historia contemporánea.

Las palabras del gobernador de California, Gavin Newsom, tras la amenaza de arresto en su contra por parte del presidente Donald Trump, no son un mero reclamo partidista: son un grito de alerta ante el avance descarado del autoritarismo en la primera potencia mundial.

Cuando un presidente en funciones amenaza con arrestar a un gobernador electo por disentir de sus políticas, el sistema de pesos y contrapesos —esa columna vertebral del constitucionalismo estadounidense— queda reducido a cenizas.

Trump no solo ha ignorado la soberanía de California al desplegar ilegalmente a la Guardia Nacional, sino que ahora instrumentaliza el poder federal para aterrorizar a sus críticos. Esto no es política dura; es manual de dictadura.

El paralelismo con regímenes autocráticos es inevitable. En América Latina, hemos visto cómo caudillos disfrazados de demócratas usan las instituciones para perseguir opositores, militarizar conflictos sociales y silenciar a los tribunales. Trump, con su retórica de «agitadores profesionales» y su fijación por desplegar marines en ciudades gobernadas por demócratas, sigue el mismo guion.

Pero el peligro no se limita a la bravuconería contra Newsom. La Administración Trump ha convertido en costumbre hostigar a jueces y fiscales que osan cuestionar sus excesos.

Recordemos sus ataques a magistrados de origen mexicano («incapaces de ser imparciales»), sus intentos por desacreditar al FBI tras investigar su círculo íntimo, o sus recientes declaraciones sugiriendo que los jueces que fallan en su contra merecen represalias. Esto no es polarización: es intimidación sistemática para doblegar al Poder Judicial.

En nuestra región, donde hemos padecido la erosión de la justicia por el clientelismo político, reconocemos las señales. Cuando un mandatario usa el aparato estatal para castigar disidentes y premiar lealtades, la democracia ya no existe: es una cleptocracia con fachada electoral.

Newsom no es un santo. Su gestión tiene claroscuros, como los apagones recurrentes o su tibieza inicial ante la crisis de vivienda. Pero hoy encarna la resistencia institucional frente a un presidente que sueña con gobernar por decreto.

La demanda de California contra el despliegue ilegal de la Guardia Nacional no es un capricho: es la defensa de la Décima Enmienda, ese dique contra el centralismo opresor que los padres fundadores diseñaron precisamente para evitar tiranías.

Trump, en su delirio, cree que Los Ángeles está «bajo control». La realidad es que su obsesión por aplastar protestas —legítimas o no— con tropas federales revela su miedo a una ciudadanía que despierta. Si en 2020 fue el movimiento “Black Lives Matter”, hoy son las comunidades migrantes las que gritan basta.

El mundo observa con estupor cómo el país de Lincoln y King retrocede hacia un feudalismo político donde el presidente actúa como monarca. Newsom tiene razón: EE.UU. cruza hoy la línea que separa la democracia del autoritarismo. Y aunque algunos celebren la «mano dura», la historia juzgará a quienes, por acción u omisión, permitieron que la Casa Blanca se convirtiera en un cuartel.

Como escribió el poeta dominicano Pedro Mir: «Hay un país en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol». Hoy, ese país podría ser Estados Unidos, pero no por su luminosidad, sino por el incendio que amenaza consumir sus libertades y ser un mal ejempo para la democracia global.

 

 

 

 

 

 

 

 


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