La jugada de jaque mate del presidente Abinader
Por Cristian Hidalgo
18 de julio0 de 2025
En la última década de los
gobiernos de Balaguer, cuando algún adversario profería feroces críticas a su
gestión por el mal manejo de alguna institución, en ocasiones lo nombraba al
frente de la misma, dándole la oportunidad de producir el cambio que, según él,
debía realizarse.
Uno de esos casos fue la
designación del gremialista Víctor Hugo Hernández (Tito), entonces presidente
del ANPA (asociación que aglutina a los profesionales agropecuarios), como
director del IAD en 1991, y posteriormente como secretario de Agricultura. Como
bien dice el refrán: una cosa es la guitarra y otra muy diferente es el violín.
Ningún gobierno debe esperar
vítores ni elogios de la oposición política. A ningún partido le interesa
transformar el país verdaderamente; cada cuatro años se trata de un simple
“quítate tú para ponerme yo”. La filosofía de nuestra política vernácula sigue
siendo: “es mejor el peor de los nuestros, que el mejor de ellos”.
Este gobierno tiene muchas
debilidades y comete con frecuencia errores garrafales, que muchas veces ni
siquiera son advertidos ni cuestionados por la oposición. Sin embargo, esta sí
logra amplificar eventos que terminan siendo boomerangs. Ejemplo de ello son
los supuestos escándalos que involucran al seguro Senasa y al programa social
Supérate.
La oposición ha sido
despiadada e inmisericorde en sus críticas a un seguro que ha duplicado su base
de afiliados en el régimen subsidiado, y a un programa como Supérate, que
anunció con antelación a sus beneficiarios que estaría inoperativo durante una semana,
recomendándoles realizar sus gestiones antes o después de ese período.
Mientras la oposición centra
sus ataques en este tipo de situaciones, deja de lado aspectos realmente
preocupantes para el país, en los que el gobierno del presidente Abinader no
logra dar pie con bola.
En estos días ha causado
revuelo la designación del señor Magín Díaz, quien fue director de la DGII
durante el último gobierno de Danilo Medina, como nuevo ministro de Hacienda,
una de las posiciones más trascendentales del tren gubernamental.
Los perremeístas genuflexos
ante el presidente lo aplauden y justifican, aunque sea solo para no
contradecirlo públicamente. Otros, sin embargo, opinan que se trata de un
desacierto, considerando que en los bancos de espera del partido oficial hay
“bateadores” listos para salir al terreno.
Con esta movida en el
tablero de ajedrez, el presidente traza su propia Línea de Pizarro, enviando
una señal clara a su partido: “En los tres años que me quedan, voy a gobernar
el país”.
Si los compañeros priorizan
abandonar el gobierno para promover sus proyectos políticos, entonces él
buscará recursos humanos idóneos para dirigir las instituciones. Y si no los
encuentra en el banco de espera de su casa, los irá a buscar en la de los vecinos
del frente.
El mensaje del presidente
debería ser captado por los funcionarios que ya tienen las barbas en remojo: o
se entregan a trabajar, o que no esperen ser llamados si dejan sus cargos.
La jugada podría derivar en
un “jaque mate” para quienes permanecen distraídos. Sin embargo, sería ingenuo
pensar que la simple designación de un técnico de otro partido al frente de un
ministerio pueda transformar de forma sustancial esa institución.
El problema no suele estar
en la cabeza, sino en todo el engranaje operativo que hay debajo. La llegada de
Magín Díaz podría desencadenar situaciones de insubordinación, choques de egos
y tensiones internas, convirtiendo al Ministerio de Hacienda en un verdadero
campo de batalla.
No es realista suponer que
funcionarios de alto nivel de ese ministerio —que despachan directamente con el
presidente y que quizás aspiraban a esa posición— acatarán con normalidad las
directrices de un ministro que perciben como advenedizo y oportunista.
Respecto al señor Magín
Díaz, considero que aceptar esa posición ha sido un grave error, por varias
razones: primero, por deslealtad hacia su partido y hacia quien confió en él
para designarlo anteriormente; segundo, porque si su gestión en la DGII es percibida
como positiva por la ciudadanía, todo ese capital podría quedar sepultado por
el fiasco que represente su paso por Hacienda; tercero, porque les arrebata a
sus compañeros de bancada los argumentos con los que podrían criticar al
gobierno actual en materia económica, financiera, tributaria y arancelaria,
aunque esas políticas sean cuestionables.
No olvidemos que del
Ministerio de Hacienda dependen instituciones clave como: la Dirección General
de Impuestos Internos (DGII), la Dirección General de Aduanas (DGA), la
Dirección General de Crédito Público, la Dirección General de Jubilaciones y
Pensiones a Cargo del Estado, la Tesorería Nacional, la Dirección de
Contabilidad Gubernamental y la Lotería Nacional, entre otras.
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