No dejemos pasar el buen momento para aprovechar el oro
Mario Mendez
Licenciado en Economía, del
Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC),
Es incuestionable que la evaluación de una posible explotación aurífera, o la ampliación de la ya existente, en el país exige el estricto cumplimiento de los estudios técnicos, ambientales, sociales y legales que aseguren su viabilidad y sostenibilidad.
No menos cierto es que, en
momentos en que los precios internacionales han alineado favorablemente los
incentivos, dichos estudios deben realizarse con la debida oportunidad, a fin
de no dejar pasar el tren justo cuando se encuentra en el andén.
La prontitud en la toma de
decisiones y en el desarrollo de las evaluaciones resulta, por tanto, esencial
para que el país, la empresa promotora, puedan capitalizar este contexto
favorable sin menoscabo de los estándares requeridos.
A la luz del comportamiento
actual del mercado del oro, y considerando que la ejecución de inversiones
mineras demanda años, bien podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que lo
que hoy urge emprender, debimos haberlo hecho antes.
El oro ha experimentado un
notable repunte este año, con un incremento superior al 25 %, y ayer se
cotizaba por encima de los 3,359 dólares por onza troy.
Tanto Fidelity
International, firma global especializada en gestión de inversiones y ahorro,
como Goldman Sachs Group Inc. proyectan que el precio del oro alcanzará los
4,000 dólares por onza en 2026, impulsado por un giro esperado en la política
monetaria de la Reserva Federal hacia una postura más flexible.
De cumplirse estas
proyecciones, el precio del oro se duplicaría con respecto al registrado el 31
de julio de 2020, cuando se situó en 1,975.70 dólares por onza.
El actual ciclo de alza
sostenida del oro (2020–2025) sólo encuentra precedentes comparables en dos
momentos clave: la crisis financiera global de 2008–2011 y la crisis
inflacionaria y energética de la década de 1970.
Durante la crisis de 2008,
el oro pasó de cotizarse en torno a los 700 dólares por onza en 2008 a alcanzar
un récord de 1,920 dólares en 2011.
Entre los factores que
impulsaron ese ascenso estuvieron las masivas políticas de estímulo monetario,
la desconfianza hacia los activos financieros tradicionales y una creciente
demanda de valores refugio ante la inflación, la inestabilidad financiera y el
aumento de la deuda pública.
En la coyuntura actual, han
influido las rondas de estímulo y las tasas de interés bajas tras la pandemia
de COVID-19, los conflictos geopolíticos (como los de Ucrania, Medio Oriente y
las tensiones entre China y Estados Unidos), una elevada inflación en múltiples
economías, el temor a una recesión global y el incremento sostenido de las
reservas de oro por parte de los bancos centrales.
De igual forma, durante la
crisis petrolera de los años 70, el oro pasó de 35 dólares en 1971 a más de 800
dólares por onza en 1980.
Ese auge respondió al
abandono del patrón oro (con el llamado Nixon Shock de 1971), a una inflación
galopante en Estados Unidos y otros países desarrollados, a los shocks
petroleros y a un clima global marcado por tensiones geopolíticas (como la
Revolución Iraní y la Guerra Fría), lo que motivó un desplazamiento de
capitales hacia activos reales.
Nuestro país cuenta con
reservas auríferas en su subsuelo con potencial para más que duplicar, en poco
tiempo, las exportaciones de este metal.
Pero no basta con poseer el
recurso: es crucial no dejar pasar el momento de mayor rentabilidad para
aprovecharlo con responsabilidad.
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