Petro, ¿el nuevo mejor 'enemigo' de Trump?
La acusación de "líder del narcotráfico" que el presidente de EE. UU., Donald Trump, lanzó el domingo pasado contra su homólogo colombiano, Gustavo Petro, eleva el nivel de conflicto de Washington no solo con Colombia, sino con toda América Latina.
El señalamiento infundado abre
un nuevo flanco diplomático, político y de aires "prebélicos".
Además, funciona como una "luz verde" para que los movimientos de
derecha radical se envalentonen y suban las apuestas contra líderes democráticamente
elegidos que no siguen las líneas ultraconservadoras.
El duro dedo contra Petro
llega en un momento delicado. EE.UU. mantiene desplegada una poderosa flota
naval con destructores, submarinos nucleares, aviones de última generación y,
según algunos medios, unos 10.000 hombres listos para acciones cuyo alcance aún
se desconoce.
En el mismo contexto, la
fuerza militar estadounidense ha comenzado a bombardear pequeñas embarcaciones
en las aguas del Caribe con el argumento de combatir el narcotráfico, sin
ofrecer detalles de esos operativos ni las identidades de las víctimas ejecutadas
de manera sumaria. Por eso, la panorámica plantea interrogantes sobre la suerte
de Petro en un futuro próximo.
Conflicto corto, pero intenso
Apenas Trump asumió el poder
en enero y comenzaron las repatriaciones masivas de migrantes, el primero que
protestó —e incluso devolvió los aviones de repatriados— fue Petro. El 26 de
enero, el mandatario colombiano se negó a recibir vuelos porque los deportados,
sus connacionales, llegaban esposados y maltratados.
En ese momento, el mandatario
colombiano exigió un protocolo que garantizara un trato digno. Luego, en varias
ocasiones, Petro fustigó a Washington por la forma en que la administración
estadounidense estaba cercando y actuando sobre Venezuela, y fue el primer
líder en calificar de asesinato el bombardeo de lanchas.
El duro dedo contra Petro
llega en un momento delicado. EE.UU. mantiene desplegada una poderosa flota
naval con destructores, submarinos nucleares, aviones de última generación y,
según algunos medios, unos 10.000 hombres listos para acciones cuyo alcance aún
se desconoce.
El punto álgido llegó cuando
Petro pronunció su discurso ante la Asamblea General de la ONU a favor de
Palestina y, el 26 de septiembre, participó activamente en una marcha en las
calles de Nueva York donde llamó a "desobedecer las órdenes de Trump",
en un mensaje dirigido también a los militares estadounidenses. Allí cruzó la
"línea roja" de la Casa Blanca, que le revocó la visa. Ahora, para
comenzar la semana, el republicano le lanza algo más que dardos.
El propio Trump dio la orden
de eliminar los pagos y subsidios de seguridad que EE.UU. otorga a Colombia y
amenazó con "cerrar los campos de exterminio", en referencia a los
lugares donde se siembra o procesa la cocaína, lo que implicaría atacar
militarmente territorio colombiano.
A esta disputa se suma la
amenaza constante de imponer aranceles a Colombia, que ya alcanzan el 10 %
desde abril, con advertencias de aumentarlos al 25 %. Tras el reciente
encontronazo, la promesa de un incremento está latente.
El mensaje de Trump a la
región parece claro. Mientras otorga una onerosa ayuda al presidente argentino
Javier Milei por sus afinidades ideológicas, justo antes de las elecciones de
medio término, se enfila contra el líder izquierdista colombiano y empieza a
abrir el campo de posibles acciones militares en América Latina, ya no solo
contra un país, sino contra varios en paralelo.
Pero Petro no se ha amilanado.
Se ha convertido en una especie de vocero latinoamericano del "No
Kings", como se autodenominan las marchas antitrump en EE. UU. A
diferencia de otros líderes —incluso de la izquierda radical— que han preferido
un lenguaje moderado o la "cero confrontación", el mandatario
colombiano ha optado por la frontalidad.
Todo esto ocurre en una región
sin la mínima articulación o coordinación para enfrentar esta nueva era
agresiva de la política estadounidense, lo que abre una nueva etapa en las
relaciones entre EE.UU. y América Latina, históricamente marcada por la dependencia
y la cercanía geográfica.
Todo esto ocurre en una región
sin la mínima articulación o coordinación para enfrentar esta nueva era
agresiva de la política estadounidense, lo que abre una nueva etapa en las
relaciones entre EE.UU. y América Latina, históricamente marcada por la dependencia
y la cercanía geográfica.
La campaña del Caribe
En medio de esta
descoordinación regional, Petro se ha convertido en una "piedra en el
zapato" para el despliegue de tropas en el Caribe. Ha sido la voz más
consistente y firme del continente, y ha "sacado punta" a cada error
de la campaña militar, como los ataques a lanchas de pescadores de Trinidad y
Tobago y de Colombia, episodios que debilitan la operación y amplían su foco de
manera desmesurada.
Las resistencias dentro del
propio EE. UU. han roto el consenso que existía en el Congreso. Los dos
principales partidos, que antes impulsaron cohesionadamente el intento de
"gobierno paralelo" de Juan Guaidó en Venezuela, ahora se enfrentan.
Desde comienzos de octubre, el Partido Demócrata y al menos dos representantes
republicanos intentan bloquear la iniciativa.
A esto se suman las dudas en
torno a la renuncia del jefe del Comando Sur, el almirante Alvin Holsey, por
razones aún no confirmadas.
Según medios estadounidenses,
habría mostrado discrepancias con el despliegue militar, lo que alimenta los
rumores de malestar en las Fuerzas Armadas, sobre todo tras la célebre reunión
del alto mando con el ministro de Guerra, Pete Hegseth, y el propio Trump, en
la que se dictaron órdenes de manera atropellada.
El panorama parece ir en
dirección contraria al discurso de Trump y su gabinete, que hablan de la casi
inevitabilidad de una segunda fase de la campaña en el Caribe, en la que
atacarían tierra firme. Ahora el foco de la Casa Blanca no solo está en Venezuela,
sino que también parece apuntar a Colombia.
En este escenario confuso, el
liderazgo de Petro descoloca los planes. Atacar Colombia abriría aún más el
flanco y desataría un rechazo regional mucho mayor. Además, habría que observar
el efecto interno en EE.UU., donde millones se movilizan contra Trump y en
varios estados la desobediencia civil alcanza altos cargos y cuerpos
policiales.
El escenario es claramente
delicado, pero aún no se sabe cuál será el punto de mayor impacto si se inician
más acciones militares: si en un Caribe desprotegido o en una potencia que
empieza a mostrar fisuras internas.

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