La prensa digital
https://www.elvalleinformativo.com/2013/12/la-prensa-digital.html
Por LUIS R. DECAMPS R.
EL AUTOR es abogado y
profesor universitario.
A pesar de que cierto
periodista dominicano de antigua data (probablemente debido a su proverbial
aspereza de verbo, su altivez profesional mal disimulada y sus vehementes
inclinaciones políticas) se refiere a una parte de ellos despectivamente como
“desaguaderos”, los diarios digitales (aquí, allá, acullá y allende los mares)
constituyen en estos momentos la más accesible, libre y penetrante de todas las
instancias de expresión y difusión del pensamiento.
La afirmación alcanza
legitimidad no sólo en la notoria apertura y singular diversidad de las páginas
de los medios en referencia (sin precedentes en la historia de la comunicación
masiva) sino también en el hecho (todavía más relevante y de mayor incidencia
social) de que permiten a sus lectores interactuar (entre ellos, con los
directivos del medio o con los escritores de opinión) y compartir reflexiones
en voz, palabra o imagen (con o sin identificación personal) desde cualquier
espacio o latitud del planeta.
Ciertamente, en la
actualidad no hay nada más abierto, plural e influyente que un medio calificado
y bien valorado con presencia en la Internet, independientemente de las
pretensiones de seguidores y adversarios, de las reglas de comunicación que
adopten sus dirigentes, de la tendencia de pensamiento que predomine entre
estos últimos y hasta de los deseos de las autoridades públicas y los grupos
privados de presión.
Más aún: todavía existiendo
en sus editores determinado propósito normativo o de regulación, es casi
imposible refrenar o coartar las opiniones, y si por casualidad se logra
hacerlo con base en el uso de los mecanismos de “delete” o bloqueo que permiten
las modernas tecnologías informáticas, el resultado podría terminar siendo
catastrófico desde el punto de vista periodístic la idea amordazada se desliza
hacia otros canales de difusión y el medio censurador queda en riesgo de
languidecer y morir por falta de albedrío e interactividad.
Lo otro, naturalmente, es
el dinamismo (con las proyecciones fácticas que les son consustanciales) de su
existencia como órganos de información: su conexión global nos brinda la
invaluable oportunidad de conocer casi al instante (lo que dura la señal a través
de la red según la velocidad contratada) cualquier acontecimiento o hecho
noticioso sin importar el lugar del país o del mundo en que se haya producido,
y por ello nos ofrece la sensación de que somos parte de una gran comunidad de
comunicadores y, de algún modo, nos hace pensar que hemos adquirido, en adición
a la que dicen nuestros documentos de identidad, la ciudadanía planetaria.
En suma, la existencia de
la prensa digital ha entrañado (y alguna gente no lo ha notado o no ha querido
enterarse de ello) una verdadera revolución libertaria en el terreno de la
expresión y la difusión del pensamiento human por primera vez en la historia lo
que se escribe o publica puede en algún momento evadir o rebelarse contra el
constreñimiento del editor mediático, se propaga por el orbe con muy escasas
limitaciones (desbordando las fronteras de los Estados, las nacionalidades y
las creencias, y en ocasiones hasta la de los idiomas) y la gente sencilla
tiene acceso al órgano sin intermediarios, de viva voz y en tiempo real.
Confieso que aunque comencé
a escribir artículos de opinión hace muchos años (primero en periódicos
juveniles o alternativos y, luego, sucesivamente, en los diarios El Sol, La
Noticia y Última Hora), nunca me había sentido más leído y mejor situado ante
la opinión pública que ahora (cuando por voluntad propia sólo escribo para
publicaciones digitales), al margen de las reacciones (algunas veces ácidas,
poco tolerantes o carentes de fundamento) de algunos lectores convertidos en
modernos "foristas".
La verdad es que, in
importar el sesgo del comentario, siempre me siento bien cuando mis trabajos
son objeto de alguna interactividad (los aplausos o la ausencia de
señalamientos adversos no se avienen mucho con mi espíritu crítico), y pese a
que no respondo ni siquiera las acusaciones personales (me resisto a darle
beligerancia a los maledicentes y a los difamadores), nunca dejo de leer las
reacciones de los lectores, aún las peores pensadas o escritas y las más
insultantes o embusteras.
Es imposible no reparar,
desde luego, en que muchos de esos comentarios lucen harto sesgados
políticamente y, todavía más, que algunos son productos directos y “en vivo” de
estímulos financieros estatales (individuos “de número” de nóminas y
nominillas, beneficiarios de programas sociales, empleados públicos,
contratistas, alabarderos de oficio, etcétera) o hijos de los fanatismos más
diversos, pero como vivimos en una sociedad formalmente libre no por ello
merecen ser purgados o ignorados: eso es parte de la democracia, y siempre la
libre expresión de las ideas será mejor que cualquier tipo de censura no moral.
Por lo demás, seamos
honestos: como ya se insinuado, la mayoría de esos comentarios, estemos o no de
acuerdo con ellos y a despecho de los que consciente o inconscientemente toman
el turbio derrotero del dicterio o la maledicencia, configuran y tipifican un
laudable ejercicio de libertad de expresión y difusión del pensamiento que
muchísimas veces revela la inteligencia innata y el avispamiento repentista del
dominicano, rematados en múltiples ocasiones con una gran dosis de sarcasmo o
divertidos efluvios de humor negro.
Al suscrito, en particular,
le pueden arrancar sonrisas desde los seudónimos (unos manidos pero otros muy
creativos) tras los que se esconden algunos lectores hasta las “correcciones” o
“precisiones” (muchas pedestres, pero otras muy agudas) que espetan algunos
militantes políticos con aires de semidioses, y aunque -como ya se ha dicho- no
puedo en absoluto compartir los insultos ni los maximalismos de opinión, gozo
un mundo con las increíbles imputaciones que se les hacen a los autores de los
artículos publicados (casi siempre situadas a diez años luz de la realidad).
En mi caso, por ejemplo, me
río de buena gana con los comentarios de un lector que inopinadamente me
atribuye ser un "cuadro del PPH" (grupo al parecer inmortal y con el
don de la ubicuidad total que su propio fundador declaró liquidado hace casi
dos lustros, pero que alguna gente se lo encuentra todavía "hasta en la
sopa") y formar parte de la “nomenclatura” del PRD, consideraciones ambas
enteramente falsas: todo el que me conoce sabe que si bien me considero un
militante critico del perredeismo, no fui nunca directivo de aquel grupo
interno y, desde hace más de quince años, no ocupo ninguna posición jerárquica
dentro de la estructura partidaria.
Asimismo, disfruto un
montón los reiterados dardos que me lanza otro lector (fervoroso defensor del
doctor Leonel Fernández) que -entre otras cosas- me atribuye ser docente o
estar nombrado en la UASD y no trabajar (lo que por desventura no es cierto en
absolut nunca he sido empleado ni profesor de esa institución académica), o ser
“canchanchán” del ex rector doctor Franklyn García Fermín, un viejo amigo y
compañero (ambos vivíamos en el Ensanche La Fe en nuestros años mozos y fuimos
dirigentes estudiantiles en la misma época aunque militamos en grupos
diferentes) a quien tengo más de diez años que no veo ni saludo (no lo visité o
llamé ni siquiera cuando era la máxima autoridad uasdiana) pese a que le
profeso particular afecto.
Otro “forista” (que comenta
desde la ciudad de Nueva York con un seudónimo que parece extraído de una
película de guerreros extraterrestres y luce menos conceptuoso que los
anteriores) invariablemente cuestiona de manera acerba, intolerante e
irrespetuosa mis escritos con duras y cortantes frases de descalificación
personal o política (solo recuerdo una ocasión en la que coincidió conmigo a
propósito de un trabajo de temática histórica), y me causa mucha gracia porque
a pesar de que hace constantes llamados a que “no hagan caso” a lo que escribo
bajo el inteligentísimo y nunca bien alabado alegato de que no soy más que una
“rata pepehachista” y un "perredealengo", tengo la impresión de que
es uno de mis lectores más asiduos.
Pero el comentarista que
aparenta más despistado de todos es uno cuyas invectivas contra las ideas que
vierto en los artículos que escribo se fundamentan en mi presunta familiaridad
con el licenciado Hatuey De Camps Jiménez (a quien parece tenerle una animadversión
rayana en el odio), y digo esto porque entre el distinguido líder del PRSD y el
suscrito no existe parentesco oficialmente establecido, hasta tal punto que
cualquier observador atento podría reparar en que nuestros apellidos, aunque
poseen un origen histórico y geográfico común, ni siquiera son los mismos: uno
se escribe con todas las letras juntas (conforme a su original grafía
franco-belga) y el otro (siguiendo una tradición literal catalana) con las dos
primeras separadas de las restantes y continuando con una mayúscula.
Por supuesto, igualmente me
siento muy cómodo y satisfecho con los comentarios de los lectores respetuosos,
sobrios y bien informados (compartan o no mis puntos de vista: esto es lo de
menos) no sólo porque demuestran que entre quienes me hacen el honor de darle
seguimiento a lo que escribo hay muchas personas con las que eventualmente se
podría establecer un debate racional y constructivo sino también porque son
prueba inequívoca de que no todo en el país es ignorancia, politiquería,
pancismo o chercha.
(De todas maneras, insisto,
unos y otros -aunque obviamente más los segundos que los primeros-, en lo que
tiene que ver específicamente con la República Dominicana desempeñan, a
sabiendas o sin estar enterados, un valioso rol en las tareas dirigidas a la
defensa, la preservación y la promoción de la libertad de expresión y difusión
del pensamiento, y reflejan con exactitud casi aritmética la realidad de
nuestra sociedad y nuestra gente: con todo y ese desnivel cultural y cívico
hemos de saber que, como enunciaba el nombre del desaparecido programa
televisivo de una prestigiosa comunicadora,“somos así y así somos” cuando se
trata de opinar).
Tal es la Internet, con sus
virtudes, sus defectos y sus amaneramientos. Así son los diarios digitales, con
su dinamismo informativo, sus aciertos libertarios y sus relativos descontroles
de opinión. Esos son los lectores, con su raciocinio, su fanatismo verbal, su
generosidad o su intolerancia. Se puede ser devoto o crítico de todo ello,
entenderlo o no, darle uso o desecharlo, pero tres cosas parecen estar claras
en estos momentos: encarnan el espíritu individualista y abierto de la
posmodernidad, vinieron para quedarse por largo rato y, sobre todo, nos hacen
cada vez menos bucólicos y más cosmopolitas en un mundo definitivamente
convertido, como profetizara McLuhan, en una verdadera “aldea global”.
lrdecampsr@hotmail.com
Publicar un comentarioDefault CommentsFacebook Comments