Ritos a la muerte en RD



Por Rubén Moreta

Por el carácter finito de los seres vivos la muerte es consustancial a la vida, aunque, para los humanos esta resulta siempre umbría e insondable. Vida y muerte discurren en una extraña y silente dicotomía.  La vida con grandes aliados  y apologistas (la religión y la ciencia), y la muerte, despreciada e impugnada por el fundamentalismo religioso, sugiriendo y prometiendo tras ella una nueva vida al lado de Dios, o si el comportamiento fue detestable, una vida oprobiosa junto a Satanás.  De esta manera, el paradigma religioso esboza un enfoque reduccionista de la muerte, porque promete más vida tras la muerte, que sería placentera con Dios versus otra en arredro con el Diablo.

La ciencia se ha encargado de ir extendiendo la vida terrenal.  Hoy la esperanza de vida se ha ido empinando: en Japón es de ochenta y cuatro años; España, Suiza e Italia de ochenta y tres; Cuba de setenta y nueve y la República Dominicana de 77 años.

Tras la muerte humana, existe una ritualidad  que va a guardar relación con la cultura y tradiciones de cada pueblo.  Los ceremoniales mortuorios son antiquísimos,  y datan de aproximadamente 230 mil a 130 mil años, cuando los seres humanos comenzaron a enterrar sus muertos.

Los homínidos que iniciaron los enterramientos humanos fueron los Homo Neanderthalensis u Hombres de Neanderthal, que adquirieron ese nombre porque los primeros de su tipo fueron encontrados en el valle de Neander en Alemania en 1856, y designados así en 1863 por el geólogo e investigador inglés William King.  Los neandertales hacían los enterramientos en un marco ritual que ha continuado hasta hoy. La sepultura de los humanos sigue estando precedido de elementos simbólicos, conforme los perfiles religiosos del país, región o cultura.

Con el enterramiento de los muertos, los deudos envían una señal de valoración y afecto al difunto, y presumen una garantía de paz, tranquilidad y una “morada eterna” para el extinto. Así, simbólicamente el lugar escogido para la sepultura –el cementerio- se convierte en el espacio obligado para el reencuentro jaculatorio y emocional de los vivos (familiares o allegados) con el/la caído/a o ido/a a destiempo.

Estudios científicos revelan que la visita al espacio donde yace un familiar o amigo querido sepultado, permite un “acercamiento” y/o “comunicación” de gran impacto emocional.  Este efecto no se trata de una pose estéril o de apología religiosa, sino un momento de mucha espiritualidad, simbolismo y gran calado afectivo.

Tras la sepultura, los familiares del difunto en casi todo el territorio nacional, conforme las tradiciones católicas,  suelen guardarle un novenario, que es un tiempo de recogimiento, donde se recibe el pésame de amigos y allegados, se realiza una misa al caer la tarde y el ultimo día, un rezo especial.  Modernamente, cuando hay familiares cercanos que residen en otros pueblos, la familia, de común acuerdo, puede hacer recortes y adaptaciones de días para que las últimas preces se hagan sábado o domingo.

En la sala se prepara un pequeño altar encima de una mesa con mantel blanco, con la fotografía del difunto en el centro, junto a imágenes de la virgen de la Altagracia, de Jesucristo o algún santo católico, adornado con flores frescas dentro de un jarrón con agua y un velón grande encendido todo el tiempo.

En las comunidades rurales sureñas y en los barrios populares, la puerta frontal de la casa del difunto no se abre durante el novenario. Concluido el último rezo, se procede a abrir dicha puerta y se lanza agua bendita a la calle.

Acuden al último rezo todos los familiares lejanos y amigos que no pudieron ir al velatorio, por lo que se congrega mucha gente.  Ese día, aún vivan en condición de pobreza, los deudos anfitriones preparan abundante comida y brindis.

En los campos rurales del sur se “matan” animales, se cocinan e ingieren en el patio o en una casa contigua.  Las capas medias, contratan servicios gastronómicos en restaurantes que son servidos in situ.  El ceremonial mortuorio concluye al caer la tarde con una misa.

Los deudos suelen ponerse vestimenta de color negro, gris, blanco o combinaciones.  Las mujeres suelen permanecer meses y años con ropa de estos colores apagados, como sinónimo de respeto al ser ido a destiempo.

El autor es Profesor UASD.


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