Sánchez, el Martirio de un Prócer



Rubén Moreta

Francisco Sánchez del Rosario, el mulato Padre de la Patria, sobresalió en la vida pública como intelectual, abogado, político y militar. 

Fue dueño de una inteligencia genial, robustecida por su gran astucia, pragmatismo y nacionalismo de acero, que lo encumbran en el olimpo como  paradigma de bravura  y reciedumbre ética.

Pero las fatalidades -angustiosas y malvadas- son parte indeleble de la historia dominicana.  Alumbrada la república, los forjadores de nuestra emancipación fueron marginados y/o condenados a castigos aberrantes y de forma contradictoria declarados “traidores a la patria”.

Consumada la independencia en 1844, los jóvenes Trinitarios tuvieron que penar  las más inverosímiles persecuciones, destierros, encarcelamientos y fusilamientos, lo mismo que recibir falaces denuestos morales con pretensión de agujerear su estirpe procera.  Ni un solo de los jóvenes febreristas escapó de la cruel campaña de dicterios de Pedro Santana y los hateros conservadores que asaltaron el mando político en la naciente república.  En el caso del prócer Francisco Sánchez del Rosario (y no Francisco del Rosario Sánchez, porque era hijo legítimo de Narciso Sánchez y Olaya del Rosario) se demuestra con su fusilamiento que la historia del dolor es la historia de los fundadores de nuestra nacionalidad.

Sánchez fue pieza clave en el proceso de independencia nacional.  Ante la ausencia de Duarte, tras su exilio forzado en Curazao, desde el 2 de agosto de 1843, fue quien coordinó y ejecutó los trabajos conspirativos que concluyeron con la consumación del proyecto soberanista el 27 de febrero del 1844.

Su grandeza radica en que tuvo participación tanto en la vertebración de la Independencia Nacional como en la gesta de la Restauración.  La anexión fue proclamada el 18 de marzo del 1861 y ya el primero de junio de ese año Sánchez comenzó su alzamiento, trasladándose de Saint Thomas, a donde había sido expatriado,  hasta Haití a pedir ayuda  y luego a la República Dominicana, a través de las lomas de Calimete, Hondo Valle.

El insigne Sánchez fue apresado cuando regresaba a reintegrarse a las faenas conspirativas que perseguían restaurar la soberanía nacional extinguida tras la anexión a España que promovió el Presidente Santana, reduciendo la patria a provincia ultramarina del reino de Isabel II.

Tras su detención, junto a veintiún compañeros en  Juan de la Cruz, El Cercado, fue trasladado a San Juan de la Maguana, donde fue sometido a un consejo de guerra en el parque o plaza pública de este poblado sureño.  El Presidente Santana designó a un enemigo del prócer para juzgarle, el general Domingo Lazala, quien en un juicio amañado dispuso su fusilamiento y del colectivo de revolucionarios que le acompañaban.  

Sánchez tomó su propia defensa. Recordó con talante, frente a sus verdugos, que:   “Para enarbolar el pabellón dominicano fue necesario derramar la sangre de los Sánchez; para arriarla se necesita de los Sánchez. Puesto que está resuelto mi destino, que se cumpla. Yo imploro la clemencia del Cielo e imploro la clemencia de esa excelsa Primera Reina de las Españas, Doña Isabel II, en favor de estos mártires de la Patria… para mí, nada; yo muero con mi obra”.

Implícitamente, el prócer quiso recordar el implacable castigo capital a que fue sometida el 28 de febrero del 1845 su tía María Trinidad Sánchez, una de las que confeccionó la bandera nacional que Francisco izó en el baluarte del Conde, la noche del 27 de febrero del 1844.

La tarde del 4 de julio del 1861 la ciudad de San Juan de la Maguana fue escenario de su vil ejecución.   El sacramento de la extremaunción se lo dio el sacerdote Francisco Barrientos Rodríguez.  Luego, al filo de las cuatro de la tarde, recibió los disparos mortales.  Junto a él fueron condenados a la pena capital Juan Erazo, Benigno del Castillo, Francisco (Cefiro) Martínez, José Antonio Figueroa, Juan Dragón, León García, Segundo Alcántara, José Corporán, Pedro Zorrilla, José de Jesús Paredes, Juan Gregorio Rincón, Rudecindo de León, Manuel Baldemora, Epifanio Jiménez, Romualdo (Tani) Montero, Domingo Piñeyro y Félix Mota.

Su injusto fusilamiento aún martilla la conciencia nacional y  marca un peldaño ominoso y oscuro en nuestra construcción histórica.
El autor es Profesor UASD


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