¿Por qué Latinoamérica seguirá siendo el traspatio?

Juan Salazar
juan.salazar@listindiario.com
Los poderes fácticos en República Dominicana comenzaron
la oposición contra el profesor Juan Bosch en 1962, desde que siendo candidato
presidencial comenzó a apelar a los calificativos de “hijos de machepa” y
“tutumpotes” en su discurso de campaña, una manera del aspirante del Partido
Revolucionario Dominicano (PRD) retratar desigualdades sociales que se
comprometió a enfrentar cuando llegara a la primera magistratura de la nación.
Los comicios del 20 de diciembre de ese año fueron los
primeros celebrados en el país tras la caída, el 30 de mayo de 1961, de la
dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, una de las más crueles, despiadadas y
sangrientas en toda la historia latinoamericana.
Bosch logró alcanzar el poder apoyado por las capas más
bajas de la población, encandiladas por su manera de hablar directa y sencilla,
pero pudo mantenerse a duras penas por siete meses en los que enfrentó desde el
primer día una oposición tenaz de partidos opositores, Fuerzas Armadas, Iglesia
Católica, medios de comunicación y empresarios.
Ningún otro presidente, desde la caída de la dictadura de
Trujillo, ha sido víctima en el país de un golpe de Estado o de los llamados
“golpes blandos o constitucionales” que en los últimos años han padecido otros
presidentes de la región. Claro todos han sido dignos representantes de los
sectores que hicieron causa común para desalojar a Bosch de la Presidencia.
El más reciente en la continente víctima de un “golpe
blando” ha sido Pedro Castillo, en Perú, a quien sectores oligárquicos
desalojaron de la Presidencia el pasado miércoles, acusándolo de revertir el
“orden constitucional”, cuando en un acto de desesperación, ante su inminente
destitución, decidió disolver el congreso peruano.
El escenario para derrocar a Bosch estuvo precedido de
una serie de acusaciones falsas, incluida la de comunista, similares a las que
enfrentó Castillo, un maestro de escuela e hijo de dos agricultores analfabetos
cuya primera osadía fue aspirar a la Presidencia.
Su separación del poder por parte del congreso peruano ha
sido vista como un acto “legal”, o sea, la decisión suya de disolver el
congreso revierte el orden constitucional, pero lo que han hecho los
legisladores sí es un “acto constitucional”, pese a que millones de peruanos
decidieron que él debía gobernarlos por cinco años.
De inmediato y, tomando en cuenta que era un gobernante
de izquierda de los que tanto disgustan a Estados Unidos, el presidente de esa
nación Joe Biden, lo llamó expresidente y reconoció a la sucesora Dina
Boluarte, hasta ese momento la vicepresidenta de Castillo.
También el infame Luis Almagro, actual secretario general
de la Organización de Estados Americanos (OEA) y quien más ha contribuido al
descalabro de la imagen de ese organismo regional en toda su historia, raudo y
veloz saludó el ascenso de Boluarte a la Presidencia y se comprometió a
brindarle todo su apoyo.
Demás está decir que Almagro no movió un dedo para apoyar
a Castillo y evitar que fuera desalojado de la Presidencia, pero tampoco
creemos que tuvo tiempo de consultar a los Estados miembros de la OEA sobre el
reconocimiento a Boluarte, pese a que la carta del organismo, suscrita en
Bogotá, Colombia, el 30 de abril de 1948, establece en su artículo 118 que “En
el cumplimiento de sus deberes, el Secretario General y el personal de la
Secretaría no solicitarán ni recibirán instrucciones de ningún Gobierno ni de
ninguna autoridad ajena a la Organización, y se abstendrán de actuar en forma
alguna que sea incompatible con su condición de funcionarios internacionales
responsables únicamente ante la Organización”.
La vice ahora al mando, al tomar el poder, pidió una
tregua política –precisamente la que nunca le dieron a Castillo- y recordó
–paradojas de la vida- que proviene de una familia donde le enseñaron a
practicar la lealtad.
Su primer acto público fue participar en la ceremonia por
la conmemoración del 198° aniversario de la Batalla de Ayacucho y Día del
Ejército en Perú, donde recibió “la bendición” de los altos mandos militares y
del presidente del Congreso de la República, José Williams Zapata, quien
también estuvo presente en el acto. Ante ese escenario, declaró su compromiso con
la democracia y el orden constitucional.
Si Boluarte quiere vislumbrar cómo podría terminar su
infeliz comportamiento, no tendría que mirar demasiado atrás, ahí tiene el
ejemplo de Martín Alberto Vizcarra Cornejo, el vicepresidente del mandatario
Pedro Pablo Kuczynski que se sumó también a una conspiración para destituirlo y
asumir el poder.
Los propios colegas de Castillo en el continente, se
quedaron en discursos “hueros” de rechazo, sin ninguna acción concreta que
ejerciera presión para revertir un escenario tan común en la región y que en el
pasado dio paso a las dictaduras que carcomieron sus cimientos democráticos.
Así ha sido siempre, una falta de solidaridad que
convierte al continente en un eterno sumiso ante el garrote, la bota y las
jaladeras de oreja del Comando Sur de EEUU para recordarle quién manda.
Si así se comportan los leales y comprometidos con la democracia,
ya podemos imaginar por qué Latinoamérica, pese a todo su potencial de recursos
y riquezas naturales, seguirá trillando el camino que ha convertido a la región
en un traspatio, sin la más mínima autoridad para trazar su propio destino.
Y después se alega que las culpas son de España.
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