El nuevo (des) orden internacional

Flavio Dario Espinal
Tras el fin de la II Guerra Mundial se creó un nuevo orden mundial en torno a un conjunto de instituciones internacionales multilaterales como nunca en la historia se había producido.
La experiencia de dos
guerras mundiales sucesivas, las cuales tuvieron como epicentro al continente
europeo, hizo que el liderazgo de las grandes potencias, especialmente Estados
Unidos, se enfocará en crear normas e instituciones que hiciesen posible tanto
la prevención como la resolución de conflictos para evitar nuevas guerras como
las que tuvieron lugar en la primera mitad del siglo XX.
Ese orden mundial, si bien
no perfecto ni infalible, y mucho menos honrado en todo momento por quienes lo
habían creado, generó probablemente el período pacífico más largo en la
historia de la humanidad, particularmente en Europa que ha podido alcanzar una
paz, una integración y una prosperidad sin precedentes.
El orden político mundial
post II Guerra Mundial tuvo la característica de una configuración en torno a
bloques de poder, especialmente entre Estados Unidos, potencia que ya se había
consolidado en las primeras décadas del siglo XX, y la Unión Soviética, la cual
había surgido de la Revolución bolchevique en Rusia, pero que también se afirmó
como un gran poder en el contexto de la guerra, de la cual salió como un
imperio expandido que integró una buena parte de los países vecinos, a la vez
que ejerció un control directo sobre los países de Europa oriental y Europa
central.
China también fue parte de
esa reconfiguración en bloques, pero era un país demasiado pobre y atrasado en
ese momento para estar a la par con Estados Unidos y la Unión Soviética, aunque
sí tuvo una influencia ideológica en países de su entorno, como Vietnam y
Camboya, donde se llevaron a cabo revoluciones socialistas en gran medida
inspirados en la Revolución china.
Un elemento esencial de ese
orden mundial fue que Estados Unidos no sólo contribuyó decididamente a
reconstruir a los países que quedaron en su esfera de influencia, sino que se
convirtió en garante de su seguridad.
Europa occidental, por
ejemplo, durante ochenta años ha podido contar con la protección de Estados
Unidos frente a la amenaza de la Unión Soviética y luego de Rusia, al igual que
Japón, Corea del Sur, Taiwán y otros países asiáticos.
Esto hizo posible que países
que, con el tiempo, hubiesen podido desarrollar armas nucleares, como Alemania,
Japón, Corea del Sur, al igual que Israel, entre otros, no lo hicieran. El
entendido fue que sólo los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad
de la ONU -Estados Unidos, Unión Soviética (luego Rusia), Reino Unido, Francia
y China- tuvieran armas nucleares.
En ese contexto mundial,
Estados Unidos también jugó un papel clave en el desarrollo económico de sus
países aliados.
El gran mercado
estadounidense permitió el desarrollo de la capacidad productiva de Alemania,
Japón, Corea del Sur y China, entre otros países, simplemente porque no había
otro mercado que pudiese jugar ese papel.
Estados Unidos promovió
esquemas de apertura comercial que desató el potencial productivo de muchos
países que, dejados a su suerte en los confines de sus mercados internos, no
hubiesen alcanzado el desarrollo que tienen.
En el ámbito comercial, los
dos países vecinos de Estados Unidos -Canadá y México- también se beneficiaron
de su relación con Estados Unidos al construir relaciones cada vez más
profundas basadas en tratados de libre comercio, el último de los cuales fue
negociado por el presidente Donald Trump en su primer período de gobierno.
En ese gran esquema, Estados
Unidos ejerció un liderazgo político, militar y económico indiscutible. También
se benefició enormemente en lo que concierne a su propio desarrollo económico,
lo que se manifiesta en el hecho de que Estados Unidos es, por mucho, la mayor
economía del mundo y lo seguirá siendo por mucho tiempo, además de su poderío
militar e influencia cultural.
Desde luego, países como
Japón, Corea del Sur, los miembros de la Unión Europea y particularmente China,
entre otros, expandieron enormemente sus economías, por lo que estos ochenta
años que siguieron a la II Guerra Mundial, con su esquema de instituciones
internacionales en múltiples ámbitos de regulación y cooperación, han dado
lugar a un desarrollo económico y una prosperidad incomparables con cualquier
otro período de la historia.
No obstante, de buenas a
primeras el nuevo gobierno de Estados Unidos encabezado por el presidente Trump
ha cambiado radicalmente de enfoque, lo que comienza a tener un efecto
disruptivo en ese orden mundial que tanto bien le hizo al mundo y especialmente
a Estados Unidos.
Dos ideas sobresalen en el
discurso y la práctica de este gobierno: una, que sus más importantes socios
económicos (Canadá, México, Unión Europea) existen para causar daño a Estados
Unidos; y dos, que sus aliados militares, especialmente los miembros de la OTAN
(Organización del Tratado del Atlántico Norte), ya no pueden contar con la
garantía de protección a su seguridad por parte de Estados Unidos.
La política de imposición
unilateral de aranceles, desconociendo las reglas del comercio internacional y
de los tratados bilaterales de libre comercio, más las declaraciones y acciones
en materia de seguridad en torno a la guerra Rusia-Ucrania, son manifestaciones
de ese cambio radical en el liderazgo de Estados Unidos.
Bien podría hablarse de un
nuevo orden internacional que pone fin al orden construido tras la II Guerra
Mundial, pero en la nueva política internacional no aparecen principios
organizadores que apunten a redefinir las instituciones del sistema internacional.
La nueva política de Estados
Unidos se sustenta en concepción de que los demás países han querido
aprovecharse de ese país, cuando, en realidad, fue la visión y el liderazgo de
Estados Unidos, desde el presidente Franklin D. Roosevelt hasta el presidente
Joe Biden, lo que hizo posible que los socios y aliados de Estados Unidos
aceptaran y fueran partícipes del esquema de relaciones que construyó ese país.
Al optar por el
proteccionismo y por una política comercial punitiva, así como por desconocer
compromisos con sus aliados en materia de seguridad, lo que se vislumbra es un
"desorden" internacional, en el que los socios y aliados de Estados
Unidos se rompen la cabeza para responder con prontitud a una nueva realidad
que no vieron venir y para lo cual no estaban preparados.
Irónicamente, los rivales de
Estados Unidos, especialmente Rusia, parecen recibir mejor trato, al tiempo que
el liderazgo chino observa el comportamiento de Estados Unidos con la
parsimonia milenaria propia de esa cultura para ver cómo aprovecha los vacíos
de liderazgo en diferentes partes del mundo que comienza a dejar la nueva
política de Estados Unidos que, por una incomprensible decisión propia, deja de
ser la "nación indispensable" que fue para tantos otros países
alrededor del mundo.
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