El alto el fuego entre Israel y Hamas
POR RAFAEL PASIAN
El nuevo acuerdo de cese al fuego entre Israel y Hamas, que incluye la liberación de rehenes y prisioneros, representa una pausa frágil en medio de una tragedia prolongada. Sin embargo, toda tregua que no toque las raíces del conflicto está condenada a ser solo un respiro entre dos guerras.
El drama palestino comenzó
en 1948, cuando se creó el Estado de Israel sobre tierras habitadas por el
pueblo palestino. Aquel hecho, respaldado por potencias occidentales, marcó el
inicio de la Nakba, la gran catástrofe de expulsiones, ocupaciones y exilios
que aún pesa sobre generaciones enteras.
El ataque de Hamas del 7 de
octubre de 2023 no nació del vacío: fue la expresión desesperada de un pueblo
cercado, humillado y aislado por más de medio siglo. Pero la respuesta israelí
—bombardeos masivos, bloqueo de alimentos, destrucción de hospitales y
escuelas— constituye un crimen contra la humanidad. Ninguna nación puede llamar
“defensa” a la masacre de inocentes.
El papel de Estados Unidos y
Europa en este conflicto es vergonzosamente cómplice. Su apoyo militar y
político a Israel los hace partícipes del sufrimiento palestino. Y aunque
figuras como Donald Trump se presenten hoy como mediadores de paz, ninguna negociación
será justa mientras el agresor siga impune y la víctima siga sin patria.
La verdadera paz no se
decreta: se construye con justicia, con memoria y con dignidad. El mundo debe
exigir que los responsables del genocidio palestino sean juzgados ante la Corte
Penal Internacional, y que se reconozca el derecho inalienable del pueblo
palestino a tener un Estado libre y soberano.
Porque la paz sin justicia
no es paz; es apenas un silencio entre dos bombardeos.

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