Quien se oponga a dialogar no es buen dominicano

Por NELSON ENCARNACIONFecha: 02/09/2021
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La estabilidad
macroeconómica que ha permitido llegar a los niveles de desarrollo que, aun con
todas las dificultades presentes, tiene la República Dominicana, se debe a que
en su momento las distintas fuerzas sociales lograron orquestar una visión de
conjunto y definir el rumbo hacia donde se quería que marchase el país.
Fue en 1992 en medio de la
peor crisis del país en décadas, que el entonces presidente Joaquín
Balaguer—con el enorme peso específico de su figura—logró armar aquel llamado
“diálogo tripartito” donde estuvieron representados empresarios, trabajadores y
el Gobierno, cada cual imbuido de una buena fe sin cartas escondidas, lo que
dio como resultado el emprendimiento de una de las reformas estructurales más
duraderas.
Como recordaremos, de
aquellas pláticas salieron el vigente Código Laboral y las reformas tributarias
y arancelarias que han perdurado esos 29 años con apenas ligeros toques y
sembraron las bases para que el Estado tuviera una mayor recaudación de
recursos con los cuales se han realizado múltiples proyectos de
infraestructuras, si bien algunos de estos no formaban parte de las demandas
prioritarias de la creciente sociedad. Pero ahí están.
Sin aquel esfuerzo
colectivo, acometido en medio de los peores avatares, el crujir de la
institucionalidad del país era cuestión de un simple empujón que lo habría dado
la crispación social a que, de seguro, iba a conducir la crisis económica que
sembraba sus reales y apuntaba hacia el peor de los caminos.
No importa que al frente
de la Administración estuviese alguien de la estirpe de estadista de Balaguer,
el estallido era cuestión de esperar por el ahondamiento de la crisis de
desabastecimiento de alimentos, combustibles y medicamentos; y peor aún, del
descalabro de las finanzas públicas.
Sin embargo, todos
entendieron que había que dialogar, exigir y ceder o de lo contrario salir a la
plaza pública a reclamar lo que no había forma de ser concedido.
El diálogo, en suma, pudo
darle a la República no un respiro sino la permanencia de largo plazo que hemos
disfrutado y que muchos no se han molestado siquiera en averiguar qué sucedió
entonces para que el país de hoy no sea ni sombra de lo que era en términos de
fortalecimiento institucional y de ensanchamiento estructural y económico.
Hay que establecer, sin
embargo, las grandes diferencias existentes en la coyuntura de 1992, o de los
diálogos propiciados posteriormente por el presidente Leonel Fernández, con la
realidad actual. Son muy distintas.
Empero, la virtualidad del
diálogo no la proporciona la coyuntura pura y simple. Surge del ejercicio
responsable de gobernar en las peores circunstancias. Quien se oponga a
dialogar no es buen dominicano, aunque simule.
Nelsonencar10@gmail.com
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