Un fango que enloda a todos
Nassef Perdomo Cordero
Es un tema relevante que,
dada la forma en que solemos llevar el debate en el país, es siempre oportuno
también.
Son múltiples las causas de
que estas personas y su ocupación vuelvan a ser la comidilla nacional, pero
destacan dos: por un lado, la clara intención del gobierno de buscar una
solución legislativa al problema, y, además, la decisión de algunas personas públicas
de actuar en los tribunales.
Sobre lo primero, tengo una
posición constante y ya expresada: en nuestro sistema constitucional la
libertad de expresión tiene límites, y el derecho al honor es uno de ellos.
Podemos debatir ampliamente cuáles son los mecanismos adecuados para encontrar
el equilibrio que manda la Carta Magna, pero no es cierto que cualquier
pretensión de regulación violenta nuestros derechos.
Sobre lo segundo, tengo por
costumbre desaconsejar el sometimiento a quienes me consultan en esa materia.
Entiendo que el precio personal que se paga es demasiado alto.
También que los procesos
judiciales mantienen vivas fábulas e infamias que, en caso contrario, serían
olvidadas en pocos días. No suele valer la pena, aunque entiendo perfectamente
a quien decide asumirlo y actuar.
Sin embargo, ni las leyes ni
los tribunales nos van a brindar una solución definitiva a un fenómeno que
tiene naturaleza social y no jurídica.
El problema de fondo es que
por lo general asumimos que difamador sólo es el que habla mal de los nuestros.
El que lo hace de los otros
es un valiente guerrero de la palabra.
No hay que ir muy lejos para
comprobarlo, sólo hay que ver la algarabía con que aún se celebra la saña
contra los hoy políticos de la oposición. Esto es relevante para entender las
causas de lo que vivimos, y es un anuncio de lo que nos vendrá mañana.
Esto no es alegría por el
mal ajeno, por el contrario. Es el reconocimiento de que la responsabilidad es
colectiva, que todos sin excepción hemos contribuido y que nos toca —a todos
también— poner de nuestra parte para que el debate público pueda tomar los
cauces de racionalidad y respeto que merece nuestro proyecto de nación.
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